viernes, 14 de noviembre de 2008

Suspense: Lo que la vida nos reserva


Lo que la vida nos reserva

Mi sensación de desasosiego no había disminuido lo más mínimo. Desde aquella breve estancia en el tanatorio, con motivo de acompañar y dar el pésame, a un compañero de trabajo, todo iba a cambiar en mi rutinaria vida. Los amplios salones y los cómodos sillones, así como la exquisita limpieza que se hacía patente, otorgaban a estas instalaciones y las gentes que acuden a ellas, una impecable presentación que dignificaba la estancia de los apenados familiares y visitantes que allí se concitaban.
Tras haber comunicado el sentido pésame a los familiares directos, y tras una permanencia, en aquel aséptico marco, lo suficiente como para no quedar en entredicho, me disponía a partir, y justo a la salida de la sala número 11, se me acercó una persona y me comentó, lo siguiente:
- Hay que ver el calor que hace aquí, y menos mal que estamos en marzo, qué dejaremos para el verano.
No contesté con palabras, tan solo le sonreí y asentí con la cabeza.
Sin embargo, la citada persona, parecía que quería contarme sus particularidades. Opté por un escape inesperado, pero todo fue inútil. Sabía que debería atender el aluvión de comentarios, hasta que sus necesidades de evacuar palabras se mitigasen. Una vez más no me había equivocado, tras haberle dejado toda el turno de palabra, tras más de 35 minutos de monólogo de su parte, teniendo en mí a un oyente pasivo, pues no me había enterado de casi nada, sí, acaso algo relacionado con la separación de su infiel esposa; el improvisado comunicador se despidió y hasta llegó a abrazarme. Sin duda, mi mutismo le había calado hasta lo más hondo, pues casi le veía emocionado. Sin duda, era una falta de caridad para con la persona, pero qué quieren que les diga, ni tenía ganas de escuchar problemas, ni era el lugar propicio. Aprovechando su despedida, me hice el remolón y me retrasé a sabiendas, que si me acercaba mucho, lo mismo el empedernido contador de sus intimidades, quizás, había recobrado sus fuerzas y me daba otra andanada. Le seguía a unos 2 metros, cuando inesperadamente, un encapuchado, con pasamontañas negro, que esgrimía una pistola se dirigió a mi parlanchín amigo y sin mediar palabra, le descargó, no sé cuantas balas, en plena cabeza. El atroz asesinato fue a quemarropa y la sangre salpicó por doquier. La cabeza del asesinado, había sido tan cruelmente afectada, que llegó a estallar, antes de que todo su cuerpo yaciente se precipitara hasta el suelo. El clandestino asesino, esgrimió el arma contra todos los que estábamos alrededor del infortunado, a modo de intimidación. Sin duda, el más próximo era yo, de tal modo, que toda mi chaqueta y pantalones los tenía salpicados de sangre. El cañón de su pistola me apuntó, con detenimiento, y pude comprobar como el pistolero apretó el gatillo, buscando cobrarse una segunda víctima. Tras comprobar que mis segundos de vida estaban ya contados, mi estupefacción y mi radical miedo se hicieron presa de mi persona y me quedé paralizado. Afortunadamente, el arma se había encasquillado y el criminal optó por salir corriendo y desaparecer sin dejar rastro.
Allí estaba yo, sentado en una silla del tanatorio, mucha gente, pululaba de aquí para allá, policías, médicos, aquello era una auténtico hervidero de personas y un ruido ensordecedor. Tras la impresión sostenida, todavía estaba bajo esa inactividad propia. Decidí marchar hacia los servicios, necesitaba mojarme la cara y tal vez miccionar. El aseo facial fue llevado a cabo con profusión, en cuanto a la liberación de las aguas menores, pude comprobar que ya no era necesaria, pues había perdido el control y me lo había expelido encima. Afortunadamente no fue en grandes cantidades y además como mis pantalones estaban mojados por la sangre del fallecido, no era un hecho muy destacable. Esta ridícula incontinencia urinaria; la verdad, poco me importaba en estos momentos. Tan solo, que una persona desconocida para mí, que me había contado no sé qué cosas de su vida y obras, ahora, estaba muerta, y yo, de milagro podía contarlo. Me decía, para mis adentros, ¡qué cosas tiene la vida!
Había llegado a mi casa, tras los oportunos testimonios dados a las fuerzas del orden. Tras desnudarme, me metí en la ducha. Apenas unos escasos minutos y noto como el dichoso calentador se había apagado. Al vivir solo, siempre añoro el poder contar con alguien, sobre todo, por este motivo. En fin, salí a la terraza con mi toalla alrededor de mi cintura y procedí a verificar el estado de la espita de gas, cuando, pude comprobar cómo, justo en la terraza enfrente de mí, una escena amatoria se desarrollaba de manera fluida. La verdad, es que estaba aterido, por lo que no me importaban demasiado esas efusiones. Tras encender el piloto, me dirigí hacia el cuarto de baño, cuando, una ráfaga visual me sobrevino. ¡No, no podía ser!, aquella vecina mía estaba quitándole un pasamontañas a un hombre. Y esta prenda de abrigo y de ocultamiento, era del mismo color y diseño que la del asesino del tanatorio. Un escalofrío de inquietud me recorrió la espalda y vino a instalarse en mi nuca. Sin tardar ni un instante, me vi en la obligación de esconderme. No quería ser descubierto, porque fuera o no el sospechoso, en todo caso, la escena de los dos amantes era más bien de corte privado y por lo tanto no querrían testigos de cargo. Poco a poco fui descorriendo las cortinas del ventanal y cuando terminé de hacerlo, amparado en su opacidad, decidí arriesgarme a fisgonear. Esta actividad, bastante más extendida entre los mortales de lo que muchos reconocen, en esta ocasión fue auténticamente providencial para mi futuro. Afortunadamente mi facultad auditiva la tengo muy agudizada, porque las palabras que ambos musitaban, las emitían a muy baja intensidad. A mi favor, contaba con que en aquel patio interior, ahora, un silencio inhabitual era la nota predominante. Seguía sintiendo bastante frío, ya que tan solo una toalla rodeaba mis partes nobles, no obstante, pudo en mí la curiosidad y continué muy concentrado en mi percepción acústica. En definitiva entre arrumacos y frases de aceptación mutua, mi vecina, una mujer divorciada, que vivía en este domicilio desde hacía unos meses, le cuestionaba a su compañero, que si por fin se había deshecho de su ex-marido. A lo que éste le respondía que lo había acribillado a tiros y que no se cargó a otro tipo, que estaba a su lado, porque la maldita pistola se le había encasquillado. La satisfacción de ambos era evidente y ambos se disponían a celebrar, con morbosidad insultante, los efectos de la actuación criminal del inducido asesino.
Si en un principio mi postura de sentado, en el frío suelo de la terraza, la había adquirido por motivos de estrategia a la hora de poseer una mejor posición de escucha, ahora, después de lo oído, mi total perplejidad y una gran dosis de pánico me impedían modificar mi postura, no sin antes, haber comprobado que mis espiados contertulios se habían esfumado.
Afortunadamente los escarceos amorosos no tuvieron continuidad en las cercanías de su ventana, por lo que probablemente se trasladaron a los aposentos, cosa lógica en estos casos. Tras unos minutos de espera, me fui levantando y con mucho sigilo y agachado me introduje en las habitaciones contiguas de mi domicilio. Tras terminar de ducharme, una vez vestido, tuve tiempo de pensar que no tenía más remedio que avisar a la policía de mis descubrimientos. No tenía otra salida, una vez metido en esta problemática, lo justo y lo requerido era esta determinación. Sin dudarlo, me puse en contacto con la Comisaría de distrito y desde allí mismo, tras identificarme, y declarar lo acontecido me comunicaron que en breves momentos un agente, cercano a mi domicilio me haría una visita.
Sentado en mi sillón, el silencio y la espera eran muy difíciles de soportar, sabía que había estado encañonado por un desaprensivo, que me había salvado de pura suerte, y ahora, una vez más, lo tenía tan cerca, que, de suponer el asesino mis informaciones, vendría a por mí.
De repente un ruido estrepitoso, proveniente de la terraza de mi cocina, se hizo notar. Me personé raudamente en el lugar y allí mismo una llamarada muy grande había prendido en mis cortinas. En el suelo muchos cristales verdosos y un olor característico a gasolina. El fuego por momentos era incontrolable, por lo que después de una primer momento de pasividad, no dudé en quitar la bombona del calentador y adentrarla. Además y gracias a que utilizaba una goma de cierta largura, para llenar los cubos de agua a los efectos de limpieza, no vacilé en conectarla a la red de agua y de apuntar a las llamas. La repentización iba surtiendo efecto, y tras varios minutos de agua a todo pasto, puede reducir y extinguir, aquel fuego intencionado. Ni que decir tiene, que muchos vecinos salieron a sus respectivas ventanas, incluso, claro está mi directa vecina, la inductora del asesinato. Su cara era un tanto inexpresiva no articulaba palabra. En esos precisos momentos, los bomberos y la policía se personaron en mi piso y tras unos ajetreados minutos, pudieron comprobar que la intencionalidad había sido manifiesta, en lo que se refiere al incendio, por lo que empezarían las investigaciones al respecto. Uno de los policías, de paisano, tras abandonar todos la casa, se quedó conmigo para anotar mi declaración en relación a la llamada telefónica que había efectuado. Le hice una declaración explícita de lo acontecido y tras mostrarse vivamente interesado, decidió ir a comprobar el estado de la terraza y la posición espacial del resto de viviendas, que daban al patio. Mientras tanto, me excusé unos momentos porque tenía que visitar el cuarto de baño. Al llegar, pude comprobar que no tenía papel higiénico, por lo que retorné a la cocina en busca del oportuno repuesto. En ese momento, el citado policía estaba gesticulando desde la terraza con mi seductora e inductora vecina. Fui rápido en ocultarme en el dintel de la puerta, pero no lo suficiente, como para no ser advertido. Pude escuchar un grito muy fuerte de voz femenina, que decía, ¡nos ha visto, acaba con él!
Esta orden, me puso en aviso, y salí corriendo hacia mi dormitorio. Tras de mí, unos pasos ligeros se hacían notar. Mi situación, ahora, sí que era desesperada. Un asesino policía corrupto, estaba en mi domicilio, y además portaba un arma, supuestamente reglamentaria. La conexión con mi divorciada vecina eran evidentes, el conocimiento de la llamada efectuada a la comisaría también, de ahí la intimidación mediante el lanzamiento de un cóctel molotov, con su consiguiente incendio y ahora la persecución. Debía pensar en algo rápido, tan solo contaba con apenas segundos, pero mi cabeza estaba muy embotada, y dispuesto a tirar la toalla y terminar cuanto antes, pero entonces me sobrevino una última y remota posibilidad.
El asesino, entró en la estancia y me vio sentado tranquilamente en la cama:
- Bien, estúpido entrometido, por fin te has convencido de que éste no era tu día, porque estabas en el sitio equivocado, a la hora inadecuada, y con la gente menos apropiada. Pues bien, como premio, esta vez, sin fallos mecánicos de mi arma, te daré una muerte más rápida para que veas que soy agradecido.
- Sí, te lo agradezco, a mí me viene bien, ¿sabes?, hacía meses que esperaba una ayuda así. La verdad, desde el mismo día que me diagnosticaron que sufría una enajenación mental progresiva y que tan solo era cuestión de un año el que me internaran en un hospital psiquiátrico. Como verás no es una expectativa de vida deseable. Sin embargo, antes de irme, mira, a través del correo electrónico de mi ordenador personal, acabo de enviar mi testamento vital. No el que me salve a mí, sino el que pueda salvar a otros de caer en vuestras manos.
- Te crees muy listo, verdad, pues bien, sea al contrario de la que prefieres. No voy a mancharme las manos con un inminente loco, tengo todavía tiempo de escapar con mi amante y juntos iniciar una nueva vida lejos de aquí. Disfrutar de la vida, en esos paraísos fiscales y naturales del Caribe. Al fin y al cabo, de algo me ha tenido que servir tantos años, amasando dinero negro del mundo de la droga. Eso sí te prometo que, aún lo pasaré mejor pesando en que tu estancia en el manicomio se hace cada día más insoportable, ja, ja.
Sin articular ni una sola palabra más, el corrupto policía se marchó rápidamente. Una vez más la suerte estaba de mi mano, o más apropiadamente el azar, y el haberme comprado recientemente un equipo informático, (que aún no tenía conexión a la red), y por supuesto el poder de fabulación de mi mente.
Han pasado, más de dos años, de aquel inolvidable incidente. Los dos amantes asesinos, fueron capturados en la República Dominicana y deportados a España, ambos cumplen una condena de 30 años de cárcel.
En lo que a mí respecta, no todo va bien, pues en definitiva, las fábulas siempre encierran un trasfondo de verosimilitud. Sí, en efecto, aquel pronóstico de locura irreversible, producto de mi imaginación calenturienta, ahora, iba tomando cuerpo en mi debilitada psique. Cada día, mis desvaríos aumentaban más, y, de una medicación antidepresiva leve, había pasado a una de intensidad severa. Incapacitado para laborar, mi destino, en la actualidad, estaba muy cercano a ese pronóstico que mi astucia había creado para salir de aquel maldito atolladero.

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