viernes, 14 de noviembre de 2008

Ensayos o editoriales: Una de corte en el Corte


Una de corte en el Corte

En aquella inauguración, la de los grandes almacenes, tan frecuentada como esperada, tuve la ocasión de volver a encontrarme con Federico. Este compañero de estudios, de mi más tierna infancia, había representado para mí, en aquel entonces, el mejor de mis amigos. A esta corta edad, la que está comprendida de los 5 a los 8 años, nuestra relación se mantuvo firme y plena de experiencias. Sin embargo, tras mi cambio de colegio, perdimos todo contacto y ya no supe más de él.
Ahora, veinticinco años después, sorpresivamente y en un ambiente de plena euforia consumista, su presencia se hace patente en mi vida. Jamás hubiera podido imaginar que hoy, me fuera a encontrar al tal Federico, y es que la vida tiene estas cosas, cinco lustros viviendo en la misma ciudad y nunca nos volvimos a encontrar. Basta con que el destino nos haya querido dar una oportunidad y ,justo aquí, en este monumental coliseo, impresionante muestrario de artículos de primera y escasa necesidad, plena de servicios, de lujo y todo tipo de caprichos, dos personas ajenas, desde hace mucho, nos hayamos topado de nuevo.
Me dirigí con muestras de alegría a mi interlocutor. Desde el primer momento, reconocí su identidad porque soy un gran fisonomista, es una de mis escasas virtudes. Al llegar a su altura, le inquirí con efusividad:
- Pero bueno, Federico, ¡Qué de tiempo sin verte!
- ¿Se dirige a mí caballero?
- En efecto, pero hombre, ¿no te acuerdas de mí?
- Pues no, en absoluto.
- Soy yo, Pedro, tu compañero de primaria, ya sabes, ¿no te acuerdas?
- Lo siento caballero, no caigo en estos momentos.
- Será posible, ¿Acaso no te llamas Federico Pérez?
- Pues sí, en efecto, así me llamo, pero la verdad debe de ser una coincidencia porque de su imagen no rescato nada en mi memoria.
- No lo entiendo, en fin, me había llevado una gran alegría el poder contactar contigo de nuevo, después de tantos años sin vernos, pero me temo que o estoy equivocado o quizás la memoria suya va flaqueando.
- Bien, es su opinión, por favor, además de hacerme ese reproche, ¿le puedo servir en algo más?
- ¡Ah, es usted empleado de estos grandes almacenes!
- Éso es evidente, pues llevo la credencial. Siento mucho no haber respondido a sus expectativas caballero, que su estancia en nuestros grandes almacenes le sea muy amena y provechosa.
Aquel corpulento y bien trajeado empleado, el mismo que aún llamándose igual que mi compañero de la infancia, no lo era, o al menos eso decía él, se fue distanciando de mi posición. Cuando se encontraba situado a unos 50 metros de mi posición, le perdí de mi vista, puesto que la cantidad de gente concentrada había capturado su figura hasta hacerlo irreconocible.
Tras esta fallida comunicación continué viendo, con todo lujo de detalles, cada una de las secciones de la gran superficie. En efecto, el gran proyecto de la creación de este deseado gran centro de compras se había hecho de rogar durante muchos años, pero ahora, de una vez por todas, la población de Cádiz tenía a su alcance un gran edificio comercial de tres plantas, con parking subterráneo de otros tres niveles, con multicines, etcétera, en definitiva toda una gama de productos de alta calidad y buen servicio. En esta magnífica superficie se conjugan los precios altos, medios y otros equiparables a otros hipermercados de menor rango, todo bajo la administración de la primera marca del sector de grandes centros comerciales, no puede ser otro que el El Corte Inglés y su filial de alimentación y otros usos, Hipercor.
Con algunas compras en el hipermercado, salí con las bolsas en la mano. Tras bajar la escalera mecánica correspondiente, me dirigí hacía el subterráneo, donde tenía aparcado el vehículo, cuando, desde lejos, una voz conocida me interpeló:
- Pedro.
- Tras volverme muy despacio, me percaté que el comercial que había confundido con mi amigo de la infancia, me requería de nuevo.
- No me digas que has recuperado la memoria, en tan solo una hora.
- Pues...
- Venga hombre, ¡Te vas a cortar, dentro del mismo Corte, aunque sea inglés!
- No, me parece que se equivoca de nuevo, siento de nuevo no corresponder a su demanda. El motivo de mi acercamiento es tan solo, devolverle su tarjeta de crédito. La olvidó al pagar en caja.
- ¡Ah, ya!, perdóneme, y muchas gracias por todo.
Un tanto azorado me dirigí hacia la salida del parking, confieso que estaba muy impresionado con las flamantes instalaciones del establecimiento, aunque la verdad, esta vez, mi perspicacia y mi capacidad de reconocimiento físico habían pasado sin pena ni gloria, aún más, había llegado a ejercitar una actuación bochornosa. Desde aquel día, no suelo alardear de mi capacidad de reconocimiento facial ni a primera, ni a segunda, ni siquiera a sucesivas vistas.







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