martes, 11 de noviembre de 2008

Ciencia Ficción: Fantasmogénesis

FANTASMOGÉNESIS

Se le cayó. Literalmente se le escurrió de sus manos. Parecía que lo tenía bien asido, pero, inesperadamente, algo fulminante y determinante le hizo perder la consistencia y fuerza sustentadora. Aquella figura de terracota, de más de 2.000 años de antigüedad antes de Cristo, se pulverizó por el contundente impacto recibido. La pieza única, ya que se trataba de una representación jamás descubierta con anterioridad, tenía un valor incalculable. La posible restauración, si quiera parcial, era imposible. La extrema fragilidad del material, el transcurso del tiempo, y el fuerte impacto de lleno, habían destruido un vestigio fenicio original, único e irrepetible.
En la soledad de la sala del aquel museo, el arqueólogo Vicente Pedrera se lamentaba por aquel infausto suceso. Inmóvil y sin dejar de mirar al suelo, entre dientes, musitaba y maldecía en varios idiomas, y alguno de éstos eran lenguas muertas y muy remotas. Aquel apesadumbrado ser no podía concebir cómo le podía haber ocurrido este gravísimo incidente, a él, un investigador tan experimentado y contrastado. En todo momento era consciente del valor del hallazgo de la figura y por eso estaba atento a cada manipulación. Momentos antes del desastre, sin saber por qué, se apartó de la acolchada mesa de examen y se puso a contemplar unos rasgos o perfiles de la superficie del objeto. No obstante, a pesar de esta temeraria distracción, aún tenía firmemente cogido el genuino hallazgo, por lo tanto, parecía imposible que se le resbalase. Craso error, porque los efectos destructivos y atormentadores se habían consumado de forma cierta.
Con la potente linterna se dispuso a enfocar los restos del cercano expolio. Con la cara desencajada, el doctor Vicente Pedrera comprobó que los efectos habían sido devastadores. En un radio de acción de un par de metros, una superficie de polvo rojizo se esparcía de manera radial. Ninguna pieza de dimensión destacable había sobrevivido. La expresión del doctor se iba tornando de frustración máxima en una absoluta incapacidad, por lo que le faltaba muy poco para comenzar a gritar y llorar.
Después de sobreponerse y tras tratar de enjugar las incontrolables lágrimas y el moqueo subsiguiente, actuó de manera rauda y con un aspirador especial absorbió gran parte del polvo diseminado. Cuando se aprestaba a finalizar la penosa actividad, se topó con un descubrimiento muy sorpresivo. El 85 por ciento de la materia recogida era rojiza. Evidentemente, correspondía a la materia de barro cocido al sol que componía la estructura de la valiosa figura. Sin embargo, muy cerca de su pie derecho, un polvo de color grisáceo se acumulaba en forma de pequeño montículo. Tras bordear sus límites y terminar de absorber y limpiar el resto de polvo de terracota, de color ocre, aquel cono gris quedó expedito.
La curiosidad investigadora del doctor Pedrera se agudizó de forma inusitada. La explicación a la aparición de semejante material y asumiendo los riesgos de una hipótesis a la ligera, era que la figura de la madre tierra en terracota, además de la recreación de una divinidad de fertilidad y de carácter mágico, era una urna funeraria de carácter clandestina. En efecto, ésto no era nada habitual. Tan sólo la posibilidad de ser considerado un miembro indeseable de su comunidad, obligaría a que parte de sus cenizas debían permanecer anónimas y ocultas de por vida. Con sumo cuidado, recogió toda la materia en un envase hermético y previamente escogió una muestra para analizarla convenientemente.
Cansado y ciertamente enfadado, el profesor Pedrera se disponía a partir a su casa. Su prestigio no se iba a desmoronar, porque nadie conocía el último hallazgo y su negativa pérdida. Por lo tanto, aplicaría el más riguroso silencio al respecto y viviría siempre con esta desgracia sobre su conciencia.
Sin embargo, a última hora, este polvo gris podría darle alguna fuente novedosa de conocimiento. Colocó el frasco mayor y el de la muestra en su maletín, con las oportunas medidas de seguridad. El contenido de polvo de terracota aspirado lo trasvasó a otro recipiente de mayor tamaño y también optó por llevárselo, pues no quería dejar ningún tipo de evidencias a la vista.
Ciertamente cansado y totalmente aposentado en su sillón preferido, el doctor no paraba de pensar en aquel misterioso polvo gris. Por lo tanto, no dudó en tomar la muestra y en su laboratorio privado procedió a efectuar las comprobaciones de rigor. Tras unas pruebas rutinarias, las conclusiones confirmaron las intuiciones del arqueólogo, el polvo gris era materia orgánica.
La especulación de ¿a quién podía pertenecer estos restos humanos?, digamos que entraría en el campo de la absoluta intuición. Sin embargo, no cabía duda, de que obedecía a un deseo expreso de ocultar parte de sus restos y de camuflarlos en una figura hueca a modo de vasija funeraria, de ornato típicamente de devoción, como si se quisiera que esta divinidad terrena pudiera acoger y retener a estos restos. Bien, estaba claro que era una fantástica divagación de la mente agotada del científico, porque la verdad es que sería imposible concretar las causas de estas manipulaciones. Se encontraba muy cansado y decidió tomar un buen descanso reparador.
De madrugada, cuando el sueño profundo hacía presa del doctor, una extraña presencia se estaba conformando en el apartamento de citado investigador. Procedente del pequeño tarrito de la muestra, que por cierto había quedado sin tapar, unos imperceptibles efluvios gaseosos a modo de hilillos finos se estaban generando y difuminando por toda la estancia.
Parte de los reactivos empleados para la catalogación de la materia polvorea, habían operado una reacción secundaria de efectos tardíos. Era un hecho totalmente inusual, diríamos que inimaginable desde el punto de vista científico más ortodoxo.
Sin embargo, como todos podemos imaginar, a veces, aquello que no tiene base rigurosa y comprobable, lo que procede de origen desconocido y no se ciñe a lo estrictamente establecido, estaba aconteciendo. La materia polvorienta, había esperado milenios a que su enclaustramiento e inactividad se quebrara. En esta jornada, en cuestión de horas, se habían acoplado las dos circunstancias favorecedoras, de una parte la liberación de las paredes de la urna de terracota y a continuación la asociación de la química idónea como para hacer reavivar las fuerzas en receso. En poco más de una hora, la regeneración de la entidad estaba completa. Su aspecto ocupaba una masa informe de plasma etéreo. Su volumen, contorno y expansión eran muy inestables, pues tan pronto se concentraba en una esfera menor, como que se extendía por gran parte de la estancia. La intensidad lumínica también era variable, así como la tonalidad de un tono azulado que se volvía totalmente invisible, por caprichosa voluntad. Tres milenios de larga espera y el maligno engendro campaba por sus respetos.
Tras un breve período de reconocimiento, una vez localizada la forma corpórea más próxima, se apresuró a verificar la inserción en el cuerpo durmiente del doctor Pedrera. La convulsión del cuerpo invadido fue frenética y desmedida. El orificio anal fue el canal escogido. Y su despliegue fue inmediato y explosivo. Tras recorrer la columna vertebral y abarcar todos sus órganos, en cuestión de segundos la energía colonizadora había sometido al que iba a ser su nuevo cuerpo portador. El cerebro del doctor, a nivel inconsciente, trataba de repudiar al parásito esclavizante, sin embargo, la avidez y el poder de esta despótica fuerza iba avanzando en su conquista final...
Habían pasado, tan solo unos diez minutos, y poco a poco, a través de la boca entreabierta de durmiente doctor, el plasma esclavizante se disponía a salir del cuerpo. Su actividad era escasa, en comparación con la que había demostrado minutos antes. Tras varios minutos de penosa partida del cuerpo que le había dado cobijo, la energía plasmática, en un tono grisáceo, se fue concentrando en una esfera mínima, del tamaño de una canica.
El despertar del investigador se produjo de súbito, en su boca, entre restos de mucosidad compacta, la sequedad era muy evidente. Una expresión de contrariedad y un tremendo asco dominaba sus sensaciones. Se levantó de forma violenta y se dirigió directamente al lavabo donde, además de refrescarse la cara, se propuso efectuar enjuague tras enjuague de su boca, como solución inmediata para mitigar el desagradable sabor bucal.
Segundos después, el nervioso investigador encendió el primer pitillo del día. El fumador empedernido, el obsesionado doctor, se dirigió hacia los restos de aquel polvo gris que había analizado la noche anterior. Su sorpresa fue mayúscula, puesto que no había rastro de ninguno de los frascos, ni el más pequeño, ni el otro más grande. Tan solo, el recipiente con el polvo rojizo de terracota seguía en su lugar.
Mientras seguía consumiendo el pitillo, por el rabillo del ojo, pudo comprobar cómo un pequeña esfera, del tamaño de una bola de cristal o canica, se iba desplazando por el suelo de su dormitorio. Con cierta curiosidad pudo comprobar como el citado objeto se movía lentamente, parecía como guiado por un fuerza exterior y extraña. En efecto, aquella cucaracha rojiza de grandes proporciones estaba trasladando la compacta y pardusca esfera. La dirección era muy evidente, la quería conducir hacia un pequeño resquicio que existía en el muro de una de las paredes de su dormitorio. El doctor estaba atónito porque jamás había visto un bicho de estos deambulando con impunidad por su apartamento. Sin embargo, ahora mismo, delante de la nube de humo de su cigarrillo, el diligente y tenaz animal, veía consumado su objetivo, que no era otro que posicionarse frente por frente a la pequeña grieta del paramento. Como aquel espacio no era suficiente para que la bola cupiese, se pudo comprobar como la citada bola de no sé qué material, se fue desmoronando y tomando forma de plano, con lo que su introducción se vio facilitada y acelerada. En pocos segundos la cucaracha roja oscura y su materia moldeable se perdieron de su vista.
La capacidad de analizar y de razonar las cosas desconocidas, por parte del doctor Vicente Pedrera, no podía ni sospechar que la misma materia plasmática que le había poseído, tras no haber podido anidar en su cuerpo, ahora se había asociado a la comunidad más numerosa y resistente que podamos imaginar, la del orden de los Dictyópteros, vulgarmente conocida por cucarachas.
En el apartamento contiguo al doctor Pedrera, la joven maestra Anastasia, duerme plácidamente. Los dos individuos asociados invaden la intimidad de la estancia. La cucaracha, insecto corredor y masticador por excelencia, ha asumido la simbiosis que le corresponde y tras llevar a la canica plasmática a los pies de la cama de Anastasia se dispone a culminar su misión. De una forma voraz y rápida, va ingiriendo de manera eficaz, parte del contenido de la misma. Tan solo una quinta parte de su volumen ha pasado a formar parte del aparato digestivo de la cucaracha. Este individuo corredor, a duras penas, va ascendiendo por la sábana de la cama y se acerca torpe pero decididamente a la cabecera de la misma. Tras posicionarse en la misma barbilla de la bella Anastasia, el insecto regurgita toda la materia absorbida y mezclada con su jugo propio. La exigua cantidad de mucus se vierte en la cavidad bucal de la mujer y se cuela hacia el interior de su aparato digestivo.
Días más tarde, el prestigioso arqueólogo, está disertando en una conferencia sobre las costumbres antiguas entre los fenicios. Lugar, un salón principal del Museo Arqueológico de Cádiz. Hora, las 20 horas. Una vez terminada la conferencia, llega el turno de preguntas. No hay mucho ambiente favorable a las mismas, hasta que un mano femenina se alza y le inquiere:
- Doctor, me podría explicar, ¿por qué encerraban, en urnas de terracota a las cenizas de determinadas personas? ¿ha visto usted, alguna vez algún diosa de la fertilidad que haya contenido esta materia, a modo de protección mágica?
El doctor, no pudo disimular su sorpresa y después de tragar saliva, se armó de valor y se dispuso a responder:
- Es usted una aventajada y aguda aficionada a estos temas. No tengo el gusto de conocerla. Bien, pues, no tengo la menor duda, de que la diosa de la fertilidad, servía también para proteger a los que la tomaban por defensa. No he visto ningún exvoto, como el que usted me ha citado, pero intuyo que sería posible el que existiera esta práctica en aquellos tiempos.
- Ya, buena respuesta doctor, no esperaba menos de usted, y es que, una aficionada como yo, vecina suya por más señas, ha leído sus trabajos al respecto y claro no he podido evitar preguntarle esta pequeñas dudas.
Una vez terminado el acto protocolario de preguntas, la bella chica, se acercó al arqueólogo y le musitó al oído:
- Doctor, que bien sabe mentir, sé que usted partió una figura única de terracota de la diosa gea, que contenía parte de las cenizas de un ser genuino, poderoso. Ese ser, llamado Urk, era un hechicero muy poderoso que fue quemado vivo por diferencias con su comunidad. Ahora, casi dos milenios y medio después, yo, Urk, he retomado la vida y ahora me llamo Anastasia. ¿Me firma el libro Sr. Pedrera?
El doctor palideció considerablemente, su seguridad y su aplomo se venían abajo. Comenzó a firmar el citado libro y trataba de huir de la mirada de Anastasia, sin embargo, ahora de manera telepática, en su pensamiento podía entender, cada vez más los comentarios desafiantes y malévolos. Mientras tanto la sonrisa burlona de Anastasia se dejaba notar. A continuación, una vez firmado el libro, la chica se alejó lentamente, pero a pesar de su distancia, en la cabeza del doctor, sonaban las palabras nítidas de ella, que le decía:
- Quise, apoderarme de su cuerpo, pero no pude colonizarlo, no importa, porque ahora estoy aquí morando, en una joven fuerte y bella, más pujante que usted y también más seductora. Así podré llegar a cumplir mis planes de futuro.
En una estrategia de arrojo, el profesor Pedrera le cuestionó mentalmente:
- Eh, brujo Urk, ¿qué pasó, no pudo con la capacidad de mi cerebro y me tuvo que dejar por imposible?
- ¡Pero, qué dice, estúpido engreído!, tuve que dejarlo por puro azar. Lo tenía en mi poder, pero cuando fui a rematar la faena, me sobrevino un no sé qué, que me obligó a separarme de su asquerosa y miserable osamenta.
- Ya, pobre desdichado aprendiz de mago frustrado, así que después de tantos años, se vino abajo. ¿Se aprovecha de una joven inexperta?, ¿por qué no lo intenta conmigo de nuevo?
- No soy un inmaduro, todavía siguen las mismas consideraciones fisicoquímicas que me impidieron llevarlo a cabo. Tal vez, en el futuro, si se dan algunas circunstancias, volvamos a vernos cara a cara. Aprenda de esta joven, de la que disfruto, está sana y salva bajo mi dominio. No bebe, hace deporte, piensa poco por sí sola y sobre todo no fuma. No como usted que es una chimenea andante.
- Gracias por su halago, pero, me ha dado la pista que ya esperaba, la misma que tendré que poner en contra suya.
- ¿A cual se refiere doctor porquería y fracasado?
- Usted lo ha dicho, brujo decadente y charlatán, el tabaco, fuente de enfermedades y de muerte para los mortales y empedernidos consumidores, también es, de manera excepcional, un seguro que nos protege de la manipulación de su perversión. Eso es, su maldito poder regenerado no puede resistir las variadas sustancias tóxicas del tabaco, desde la nicotina, pasando por el alquitrán, y así todas y cada uno de ellas.
- ¡Maldita sea mi boca! No importa, jamás me va a poder vencer de nuevo.
- Que no lo dude, usted es ya, a partir de poco, una energía antiquísima que no se perpetuará, tendrá que esperar más y más siglos por delante, porque, fíjese, que ha venido a parar a una sociedad que todavía consume mucho tabaco. Sus locales y sus calles, están impregnadas del humo del tabaco y por eso su influencia no le dejará vivir mucho. Sí, es cierto, que Anastasia no fuma, pero, ¿y su círculo de amigos?, ¿y la gente con la que tropieza?, ¿y mi presencia permanente presta a llenarle del exquisito humo salvador del tabaco, que ahora, además de perjudicar seriamente la salud, también nos puede liberar de su nefasta presencia?
Tras oír esto, Anastasia corrió despavorida, al salir rápida, no prestó atención y fue a parar a una sala pequeña, en la que los hacinados y ávidos fumadores consumían sus cigarrillos de manera compulsiva. El ambiente irrespirable para cualquier mortal llamada Anastasia, además fue letal para Urk, el cual no pudo soportar tanta concentración de humo tóxico para su estatus. Caída en el suelo la chica, la sustancia plasmática salía lo más rápido posible de su boca, tal como salía su color verdoso y pastoso se iba tornando gris. Una vez terminado el proceso de auto defensa del Urk, convirtiéndose en esfera o canica. A uno de los fumadores, le dio por la limpieza y dijo:
- ¡Anda, pues mira que se me ha caído la copa de ceniza gris de mi exquisito puro!, nada, nada, yo la recojo de inmediato y la pongo en este cenicero.
Dicho y hecho, la canica gris se insertó en el cenicero y se vio rodeada de cenizas incandescentes de tabaco. A continuación decenas de cigarrillos se fueron acercando y apagando en su superficie, con lo que su supervivencia larvaria se esfumó para siempre.
Han pasado más de treinta años, el matrimonio de Vicente y Anastasia, ha dedicado toda una vida al estudio arqueológico y también a fumar de manera obstinada. De momento su salud no se resiente, a pesar de que conocen que el tabaco es muy pernicioso, ellos saben que merece la pena estar prevenidos, por si acaso Urk le da por volver y además viene protegido con los famosos y eficientes chicles de Nicotinol, la sustancia que ayuda a dejar de fumar, si es que de verdad lo quieres.

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