viernes, 14 de noviembre de 2008

Teatro: La secta de los Vaciados


LA SECTA DE LOS VACIADOS


Descripción de la obra

Pieza para escenificar en tres actos. El motivo de la obra, es la exposición manifiesta de las opiniones y vivencias de cinco amigos. El conflicto afectivo, la intolerancia, la frustración, el tiempo como elemento perturbador del equilibrio humano, todos estos aspectos convenientemente expresados darán paso a una sucesión de hechos que provocará una ruptura con la realidad actual de cada cual. El hombre ante el incontrovertido hecho de la fugacidad de esta existencia se muestra desesperado ante este natural desenlace. Buscará los caminos más insospechados y absurdos para ilusionarse en los escasos días que le restan de vagar por este mundo.

Descripción de los personajes protagonistas

Un grupo de antiguos amigos, compañeros del período estudiantil, van a reunirse, por primera vez, desde hace más de treinta años. Desde la finalización del bachillerato, cada uno tomó un camino distinto conformando sus azarosas vidas. En ningún momento tuvieron nuevos encuentros, ni siquiera entre algunos de sus componentes. Su actual edad, muy pareja, ha sobrepasado los cincuenta años. Cada uno, durante estas tres décadas bien sobrepasadas, han desarrollado un estilo de vida y una calidad de existencia muy distinta. Desde esta premisa, sus caracteres psicológicos y sus vivencias van a ser definitivas en la configuración de sus respectivas personalidades. A saber:


Hermenegildo Pi:
Este primer personaje y primordial protagonista, huérfano de padre y agraciado con una herencia fastuosa a los dieciocho años, es el que va servir de agente convocante del resto de interlocutores. Es un cincuentón que nada en la opulencia. A su edad y con su posición social ya viene de vuelta de todo. Es un escéptico y un agnóstico por antonomasia. Como decía, de él va a partir la idea de convocar al resto de antiguos amigos, en principio, no tiene muy claro cuál va a ser el objetivo de esta reunión. Sin embargo, conforme el intercambio de opiniones, emociones, tensiones, pasiones, necesidades, vanidades, afloren y se hagan patentes, este anfitrión que hasta el momento, había sido jocoso y regalador de todo tipo de presentes, va a tomar un cariz diametralmente opuesto. Su personalidad agria y exenta de ilusiones en el porvenir, va a querer atraerse la compañía y dependencia del resto del grupo. Hombre divorciado y hastiado de las mujeres, no llega a odiarlas, pero considera que su obligación es la de distanciarse de ellas y someterlas a su antojo. Por lo tanto desde esta óptica egocentrista, manipuladora, descarnadada y pesimista, tras comprobar y aquilatar las miserias desprendidas de sus próximos, improvisadamente, diseña un plan extraño y de objetivos nada fiables. Desde el mundo de la más pura invención artificiosa, la creación, constitución y puesta en marcha de un vínculo societario, en el que la clandestinidad y el gusto por lo más rocambolesco, irregular y ciertamente inmoral sean su pauta de comportamiento.


Roberto Cruz:
En los últimos tiempos de bachillerato la amistad que le unía a Hermenegildo era intensa. Sus aficiones y gustos, además de compartirlas y participarlas en el grupo, también se nutría de largas charlas entre ambos. Por lo tanto se podría decir que entre ambos existía una relación de amistad, que quizás pudiera haber continuado con plena vigencia, si no hubiera acontecido el extraordinario evento. Me refiero a que Hermenegildo, repentinamente se trasladó a la capital del reino para hacerse cargo de la inmensa fortuna que le había sido legada. Esta brusca y muy prolongada separación, había enfriado por completo la amistad de ambos. Casado y con un solo hijo, su situación económica es muy precaria, la profesión de representante comercial, no pasaba por el mejor o el mayor auge. A sus cincuenta y dos años, le era muy difícil encontrar trabajo. Por eso, al recibir la invitación de su antiguo amigo Hermenegildo, albergó la esperanza de sacar algún beneficio de esta inesperada cita.


Eleuterio García:
Otro miembro de aquel grupo de amigos que tenía bastante éxito en el desarrollo de la abogacía. Bien establecido socialmente y bastante desahogado en el aspecto económico, vivía por y para su profesión y para una obsesiva afición, bastante costosa, cuál era el coleccionismo de obras pictóricas. Soltero y bastante ambicioso, desearía acaparar una fortuna de tal dimensión que le diera para satisfacer su enfermiza afición.


Primitivo Flor:
Desde siempre, había sido el componente grupal más sensible y preocupado por la estética externa. Este gusto por cierto amaneramiento de gestos y preferencias le reportó numerosas mofas y bromas pesadas. Sus muy sentidos llantos lograron emocionar al resto de amigos en alguna ocasión. Sin embargo, poco tiempo duraba el respeto hacia su persona y más tarde o temprano, salían a relucir las descalificaciones e imputaciones sobre su supuesta homosexualidad. Todas estas experiencias, marcaron a este personaje de por vida. Jamás podremos adivinar si su actual homosexualidad militante fue una lógica tendencia natural, o bien, se desencadenó con motivo de tanta intolerancia. A sus cincuenta y tres años, vivía solo y tras bastantes años de trabajos poco recomendables, su actividad laboral la desempeñaba en calidad de taquillero en un teatro de variedades de segundo orden.


Mauricio Pipoca:
Apodado por todos sus amigos y enemigos con el pseudónimo de “el negro”, esta denominación partía de la clara evidencia del color de su piel. De origen brasileño aunque llegado a nuestro país con ocho años, desarrolló un imponente corpachón, cercano a los dos metros de estatura. Siendo un estudiante mediocre, decidió ponerse a trabajar. Actualmente es el encargado de la carga y descarga de frutas en el mercado de abastos. Está separado de su esposa porque al parecer, en determinadas ocasiones, no puede contener su poderío muscular. En la comisaría del distrito, constan más de tres denuncias por malos tratos.

Descripción de los personajes secundarios

Srta. Adela:
Joven y bella ama de llaves. Es una profesional consumada, que controla todos los más mínimos detalles. Detrás de esta evidente frialdad se esconde una admiración y un gran amor por su jefe, Don Hermenegildo Pi. A pesar de sus apreciables encantos personales, jamás ha dejado patente sus sentimientos. Es una estrecha colaboradora de Don Hermenegildo, en todo lo que se refiere al mandato del servicio y el orden doméstico. Su meticulosidad y disciplina, a veces hieren la sensibilidad de sus subordinados.
D. Ataulfo:
Abogado y secretario personal de Don Hermenegildo Pi. Cumple sus obligaciones de controlar y gestionar la amplia fortuna de su jefe de manera eficiente y en exclusiva. Su sueldo es bastante substancioso y le permite llevar una vida desahogada. Sus visitas a la mansión son habituales la mayoría por asuntos económicos, otras por amistad; asimismo, en los últimos tiempos le interesa poder contemplar y atraerse para si la amistad de la Srta. Adela. Aún no ha logrado convencer a esta señorita de la intensidad de sus sentimientos.
Dña. Bonifacia:
Mujer madura pero de estética singular, lleva más de veinte años al servicio de su jefe. Al igual que su inmediata responsable, la ama de llaves, está locamente enamorada de Don Hermenegildo Pi. Sin embargo en su caso el paso de los años han intensificado este sentimiento hasta límites insospechados. La relación con la ama de llaves, es con frecuencia tirante y distante.

Estructura y enumeración de los actos a representar

Acto 1º: De la presentación y sus expectativas.
Acto 2º: Del debate y sus conflictos.
Acto 3º: De la inesperada resolución del problema.

Acto 1º De la presentación y sus expectativas

Escenario: Amplio salón perfectamente acondicionado con mobiliario de madera noble y sillones de cuero. Existen cuatro puertas que sirven de entrada y salida a los personajes. La puerta principal de entrada, que aparece lo más alejada de la gran chimenea y los tres grandes tresillos que rodean al hogar. Las segunda puerta conecta con las dependencias del servicio en la planta baja. La tercera puerta cristalera permite el paso al amplísimo y florecido jardín. Desde la cuarta puerta, se accede a la zona privada y reservada de Don Hermenegildo Pi. A este lugar sólo tiene acceso el magnate.


1ª Escena del Acto 1º: Llegan los esperados invitados

Llaman a la puerta, y el efecto combinado de campanas al estilo del Big-Ben Londinense, se deja notar. La ama de llaves, acude diligentemente para la apertura del gran portón de madera de caoba. Una vez abierta la puerta, el Secretario de Don Hermenegildo penetra en la estancia y se abre una comunicación entre ambos.

Don Ataulfo: Buenos días, bella ama de llaves.
Srta. Adela: Buenos sean, Sr. Secretario, usted tan amable como reiterado en sus halagos.
Don Ataulfo: Y como no, usted tan fría y cortante como es habitual. La verdad, no se cómo trasladarle mis sentimientos, de una forma que usted pudiera comprender la profundidad de los mismos.
Srta. Adela: Por favor, ¿otra vez?, es usted una persona demasiado pertinaz. Quiero que escuche de mis labios esta afirmación, es la última vez que se la repetiré. Sus sentimientos son respetables, pero en lo que a mí respecta no me afectan lo más mínimo. No quiero ser cruda como usted, pero si haciendo esta confesión puedo, con carácter definitivo, zanjar el asunto, pues sea bienvenida.
Don Ataulfo: Me causa usted una insatisfacción de tal magnitud que no se si llorar, reír, o tal vez abalanzarme sobre usted y forzarla a que se entregue a mí.
Srta. Adela: Ni lo intente, ni siquiera lo piense, mis sentidos están por completo dedicados a nuestro benefactor, el Sr. Don Hermenegildo. Él es el hombre de mi vida, después de este sol que irradia su poderosa fuerza, ¿qué importamos los planetillas que giramos a su alrededor?
Don Ataulfo: Es usted una sierva amante, por lo tanto ante esta posición de sumisión, poca cosa puedo hacer. Allá usted con su rastrera dependencia. No se preocupe, a partir de hoy encontrará a una persona gélida por lo qua a mí respecta. Limítese a cumplir sus obligaciones y guarde su predilección para su tótem particular. Por cierto, imagino que sabrá que tenemos a cinco invitados para el fin de semana.
Srta. Adela: En efecto, ya he sido convenientemente informada por el patrón. Tengo entendido de que son sus amigos de la infancia y adolescencia.
Don Ataulfo: Sí, así creo que es, a mí la verdad, todo esto me importa bastante poco. En este caso, cumpliré mis obligaciones y nada más. No se preocupe, que ninguno de los invitados es de sexo femenino, por lo que no tendrá competidora por la que preocuparse. Bueno, ¡salvo que se rescaten amores homosexuales de su infancia!
Srta. Adela: Es usted un estúpido ser despechado, desgraciado, desagradecido y malhablado. No quiero continuar esta desagradable conversación, si le apetece una copa de vino, sírvase usted mismo. Todos sabemos que usted está muy familiarizado con la masiva ingesta de este producto.
Don Ataulfo: Sí, lo reconozco, soy un borracho, ¿y qué?, a pesar de esta limitación aún conservo mi mente ágil y libre para darme cuenta de que la esclavitud sigue presente en nuestros días, y la peor de todas es la que se adopta por voluntad propia, claro está usted es un digno representante de esta patética forma de vida.
El diálogo entre ambos personajes secundarios ha finalizado. La Srta. Adela cabizbaja y enfurecida hace mutis por la izquierda en dirección hacia las dependencias del servicio. Mientras tanto Don Ataulfo se dirige al gran mueble bar y se sirve un buen vaso de güisqui de primera marca. Tras beber varios sorbos y presentando un rostro frío y calculador, se sienta en el tresillo de cuero frente a la chimenea.
Vuelve a sonar el escandaloso timbre de la mansión. De manera ceremonial y efectiva la Srta. Adela acude a atender a la llamada.
Don Mauricio: Buenos días, aquí hemos llegado el grupo de amigos de Hermenegildo, aunque deberíamos de aplicarle el tratamiento de Don porque vaya limusina que posee, vaya mansión, vaya pedazo de servicio femenino...
Don Primitivo: Calla, por favor, que grosero eres. Perdónele, Srta. pero parece que a pesar de los años sigue siendo un crío.
Don Mauricio: Primitivo, no hagas uso y abuso de tu apellido, que si yo sigo siendo un niño grosero, tu eres un geranio mustio y lleno de abono putrefacto.
Don Roberto: Venga, dejaos de disputas, hemos venido a celebrar una reunión de amigos, después de tantos años sin vernos, es tiempo de festejar y no pelear.
Srta. Adela: Pasen por favor, el secretario de Don Hermenegildo les está esperando.
Don Ataulfo: Sres. sean bienvenidos pasen a esta cómoda y calentita estancia. ¿El viaje ha sido agradable?
Don Primitivo: Sí, ha sido comodísimo, es un automóvil tan amplio, silencioso, en fin una gozada.
Don Ataulfo: Bien, en primer lugar me voy a presentar, soy el Secretario personal de Don Hermenegildo y por si aún no lo saben, mi nombre es Ataulfo. Ahora que estamos todos bien instalados alrededor de esta cálida chimenea, ha llegado el momento de que exponga brevemente algunas consideraciones. Después de mucho tiempo sin ningún contacto con sus antiguos compañeros, Don Hermenegildo sintió un impulso incontenible de convocar a los que fueron directos protagonistas de su infancia y primera juventud. Digamos que ésta es el principal motivo de esta invitación, aunque claro está que nuestro anfitrión será el que a continuación vaya ampliando los objetivos a tratar. Sus equipajes y sus respectivas habitaciones, están preparadas. Por delante tienen un fin de semana que deseo que sea de su agrado. Por el momento no tengo nada más que comunicarles, gracias por su atención y hasta pronto.
La primera escena del primer acto ha finalizado, los cuatro amigos confortablemente sentados se intercambian comentarios a modo de figuración. Mientras tanto, Don Ataulfo hace mutis por la puerta del servicio. Tras un minuto escaso, la puerta de las dependencias personales de Don Hermenegildo se abre y aparece el protagonista de la obra al encuentro de sus antiguos compañeros.

2ª escena del acto 1º: El esbozo de lo que está por llegar

Don Hermenegildo: Buenos y afectuosos días tengáis camaradas. Por fin el momento tan deseado se ha hecho realidad. Como es natural, aquí estamos los mismos de no sé cuanto tiempo atrás, pero eso sí, con aspectos ajados y ciertamente castigados por el devenir del tiempo.
Hay un intercambio de abrazos entre el anfitrión y sus invitados, una vez finalizado este efusivo encuentro, Don Hermenegildo llama al timbre de la servidumbre.
Don Eleuterio: Pero querido Hermenegildo, me congratula esta invitación inesperada, son más de treinta años sin una mínima referencia, ¿por qué precisamente ahora?
Don Hermenegildo: Así me gusta Eleuterio, tan directo como siempre, pues el motivo que me inquieres tiene una sencilla respuesta, en este momento me apetecía. Así de breve y directo. Tengo todas las posibilidades para llevarlo a cabo, es decir; tengo tiempo libre, soy desmesuradamente rico y además me apetecía comprobar qué tal se había portado la vida con vosotros.
Don Mauricio: No te lo tomes a mal, comprenderás que ha sido muy sorpresiva esta invitación. Tu explicación es sólida pero tengo una nueva cuestión que exponer, es puramente curiosidad, porque la verdad, me encanta que todos estemos reunidos aquí; sin embargo, matízame ¿Qué fines nos vas a proponer?
Don Hermenegildo: Bien, ya veo que mi secretario os ha transmitido correctamente mis indicaciones, por eso, os reitero que lo primero es hablar y disfrutar juntos. Sin embargo, es verdad que tengo asuntos que tratar con vosotros que son de cierta relevancia. Por ejemplo, a ti Mauricio, sé que te va bien en tu jefatura del mercado, sin embargo, ¿a que no te importaría cambiar a una a actividad más recompensada a todos los niveles?, y tú Roberto, conozco tus problemas de desempleo, ¿por consiguiente no te vendría bien un trabajo cómodo y bien remunerado?. En cuanto a ti Eleuterio, eres un abogado ilustre, pero tus aficiones de coleccionista son demasiado costosas, ¿una nueva ocupación, tal vez, te pueda reportar esos ingresos?, no, no me olvido de ti, Primitivo, sé lo mal que se pasa en ese quiosco vendiendo boletos para unas decadentes funciones de patético teatrillo, ¿lo cambiarías todo, en segundos, verdad?.
Sí amigos, no me apetecía, ilustraros todos mis planes así, tan deprisa, es más, la verdad, es que, aún no me he planteado a conciencia que es lo que quiero desarrollar. Lo que tengo cierto, es que nos vemos después de hace mucho tiempo, y es tiempo de hablar, comer, beber y disfrutar. Lo demás vendrá a continuación. Hay tiempo por delante.
Don Roberto: Esto es muy interesante, primero recibimos una misiva de un amigo, bueno una vez pasado tanto tiempo lo más apropiado sería decir conocido, que sorpresivamente nos convoca, sin motivo aparente. A todos nosotros nos mueve la curiosidad y la perplejidad, bien, acudimos, porque cada cual quiere consolidar sus expectativas, en concreto la mía es exactamente la que acabas de exponer, lo reiteraré para abundamiento y conocimiento general, sí, soy uno de esos tres millones de parados y quizás de esos que están llamados a la subvención pública de por vida. Sin embargo, de inmediato tomo conciencia, que nuestro generoso anfitrión, no solo nos ha convocado para regalarnos una breve estancia de fin de semana, sino que se ha preocupado por investigar nuestras vidas, hasta sus últimas consecuencias y que le sobrado tiempo, vanidad y petulancia en hacerlo patente delante de nuestras narices. Sí, en efecto, soy un fracasado y también un desgraciado, mi mujer, mi hijo y yo, carecemos de mucho, pero además ahora también sé, que hasta nuestra vida privada también ha sido intervenida. Bien, mis expectativas se han volatilizado, esperaba solicitarte un trabajo digno, y me voy con el convencimiento, de que de mi situación tan sólo saldré por un giro de la fortuna, exactamente la misma que un día te benefició a ti con la fabulosa herencia que te cayó en suerte.
Don Eleuterio: Bueno, bueno, ya vale, Roberto, te estás pasando, somos unos invitados. Estás trasgrediendo las mínimas normas de conducta. Al fin y al cabo ya sabemos, que el poder siempre otorga ciertos privilegios y eso es al fin y al cabo lo que ha hecho nuestro amigo. De todas formas, para estar en esa posición de crispación es mejor que llevaras a cabo, lo antes posible, una retirada decorosa.
Don Hermenegildo: Un momento, Eleuterio, de momento, soy yo el que puedo exigir la salida de mi casa. Agradezco tu intento de defensa, pero la verdad, no me hace falta. Entre otras cosas, porque tú mismo, no te crees lo que estás diciendo. Sí, ya sabemos, que los abogados, acaban diciendo y defendiendo todo lo que sea con tal de llevar a cabo sus propósitos. Por consiguiente, diplomático y farisaico amigo, no me hacen falta tus comentarios vacíos y totalmente innecesarios.
Es cierto, que os he investigado, es una práctica mía regularizada. Veréis, desde mi posición social, financiera, es muy práctico conocer la situación de los demás, esta información privilegiada me sirve para ir por delante de mis adversarios. En vuestro caso, aunque no os considero como enemigos, sí es cierto que dado el tiempo trascurrido, era necesario conocer toda vuestra actual forma de vida, porque en definitiva, poseyendo estos datos me sería mucho más fácil plantear mis proyectos. Roberto, si esta práctica te ha molestado, la verdad es que ni lo siento, ni lo entiendo, la verdad, un hombre como tú, que ya se encamina a la postrera etapa de su existencia, donde no va a poder alcanzar ningún tren más en su vida, porque sencillamente, ni su edad, ni su preparación, ni su ambición, ni su inteligencia, dan para más. Me sacas ahora tu dignidad, tu arrogancia, tu orgullo, ¿acaso los antidepresivos de tu mujer van a desaparecer, por tu actitud?, tal vez , ¿la escasez de regalos que tu hijo te demanda serán facilitados por tu soberbia?, sé que tu mente y tus sentimientos están más cerca de tragar saliva y al mismo tiempo todo el escaso orgullo que has vomitado agónicamente. En cuanto a ese golpe de suerte deseado, siento comprobar que en tu personalidad todavía quedan muchas reminiscencias de aquel imberbe adolescente que conocí. Por supuesto, te puedes marchar si te apetece,¡pero dudo que lo hagas!, es muy dura la necesidad y sabes que conmigo puede cambiar tu futuro.

Unos momentos de silencio entre el grupo en escena, Roberto, se tapa la cara con las manos, la actitud prepotente y desafiante de Hermenegildo contrasta con la desesperación de Roberto y la pasividad del resto de amigos. Tan solo Primitivo, sensibilizado y acuciado por sus sentimientos se dirige al compungido.

Don Primitivo: Venga Roberto, ánimo, sé práctico, piensa en tu familia e intenta sacar fuerzas de flaqueza. La verdad, es que todos los aquí citados, tenemos nuestras miserias, todos estamos radiografiados por tus sondas informativas. A mí, la verdad, no me importa en absoluto, estoy solo en la vida, y no voy a perjudicar a nadie que esté a mi cargo. Por lo tanto, sí, me solidarizo con Roberto, porque su familia depende de él. Por todo esto, aunque me viene bien estar callado, porque pueda beneficiarme, me adhiero a la posición expresada por Roberto. La humildad, incluso rozando la penuria, no está reñida con la idea de la dignidad propia. Cuando a una persona se le quita esa cualidad moral o bien se le condena a la anulación de su personalidad, o tal vez se le encamine hacia la desaparición inmediata.
Don Mauricio: ¡Bravo, qué gran discurso! Este mariconazo, con el tiempo se ha puesto rancio, antes por lo menos tenía gracia, ahora en cambio, sus pensamientos son estúpidos y aburridos.
Don Hermenegildo: Bueno, un poco de tranquilidad no vendría mal, tal vez mi forma de hablar ha sido demasiado directa. Creo que se impone una pequeña tregua de reflexión, tiempo preciso para ingerir unas copas de vino del país y unas tapas para mitigar el hambre. Por cierto que he llamado ya hace algún tiempo a mi eficaz ama de llaves y aún no ha aparecido.

Aparecen las dos empleadas por la puerta de servicio y sus rostros expresan contrariedad.

Doña Bonifacia: Perdone la tardanza, Don Hermenegildo, pero hemos mantenido una acalorada discusión en la cocina. En primer lugar, sé que no es ni el lugar ni el momento, pero no me puedo sustraer de comentar ahora mismo esta situación, porque tengo la necesidad imperiosa de llevarlo a cabo. Llevo prestando servicios a usted desde hace muchos años, jamás ha oído de mis labios un reproche, todo me parecía bien, y si no era así, lo daba por bueno, en definitiva estar a su lado para mí es un auténtico placer, más que un trabajo es cumplir una vocación. Sin embargo, con la llegada de esta mujer presuntuosa y trepadora, a la que entregó el trabajo de ama de llaves, la convivencia en este servicio doméstico se ha convulsionado. Sus aires de grandeza, su escaso respeto para quien lleva en esta casa más tiempo que ella, sus deseos de agradarle a usted a toda costa, apropiándose y dejando en mal lugar al resto del servicio, me ha llevado a exponerle esta situación. No es una situación nueva, sino que llevo aguantando ya mucho tiempo. El conflicto surge, porque la dama, no tuvo a bien recordarme, que para este fin de semana tendríamos invitados y claro, ésto me supone que tendré que contar con alimentos más reducidos, ...
Srta. Adela: Es usted una persona insoportable, conoce perfectamente, que las órdenes diarias, están a su disposición por escrito en el mural de la cocina, si usted es una persona desorganizada y escasamente escrupulosa en el cumplimiento de sus deberes, no me venga con zarandajas. Dice que soy trepadora, en absoluto, trato de hacer mi trabajo lo mejor posible. Mi responsabilidad es que todo esté a la perfección y que el señor quede complacido.
Don Hermenegildo: Bien, todo está terminado, es una disputa sin importancia, que no tenía que haber trascendido a conocimiento público. Mas como ha ocurrido así, pues tendré que dictar penitencia, también de conocimiento externo, mire Doña Bonifacia, es usted una cocinera magnífica, además sus años de servicio son tantos, que esta pequeña revuelta se le puede perdonar, sin embargo, sepa usted que a su edad, debe respetar, con disciplina, la autoridad de la que está por encima suya, la Srta. Adela, es su jefe inmediato y le debe respeto y acatamiento. Si lo hace así, me estará satisfaciendo a mí. Limítese a cumplir su trabajo y las órdenes que se le dan y por favor, no me haga perder el tiempo, a lo mejor a sus años, sus facultades mentales comienzan a flaquear y si vuelvo a tener una protesta como esta, tendré que despedirla. En cuanto a usted Srta. Adela, alabo su disciplina y rigurosidad, sin embargo echo en falta algo de diplomacia. Le sugiero que practique esta sana y efectiva estrategia. Y ahora, nuestros invitados están esperando un pequeño ágape, si es que es posible.

Las dos empleadas asienten no de muy buen agrado las indicaciones de Don Hermenegildo, sin embargo, retoman sus respectivos trabajos. Desde este momento, la guerra abierta entre ambas rivales domésticas se ha hecho efectiva, sin embargo, de momento se ha iniciado una tregua, que se muestra tensa y de efectos inminentes e imprevisibles.

Fin del primer acto

El primer acto finaliza, con el primer plano del grupo de amigos siendo servidos por el ama de llaves, con las correspondientes copas de vino del país. El talante de los tertulianos es seco y escasamente participativo. Tan solo ha sido una primera toma de contacto, sin embargo, este primer acercamiento, no ha sido, en absoluto, un modelo de diplomacia, al contrario, en estos momentos todos los protagonistas saben exactamente, que su anfitrión además de dar prebendas, también exigirá un tributo a cada uno, ¿Cuál será ?
Acto 2º: Del debate y sus conflictos

1ª Escena del 2º Acto: Hermenegildo recibe, uno a uno, a sus invitados

La escena se desarrolla en el magnífico y amplísimo despacho del anfitrión, sus paredes están laminadas de madera noble en color castaño, la luz solar inunda la estancia a través de una vidriera impresionante. Su mesa de despacho, su ordenador de última generación, sus confortables sillones, los cuadros y adornos, son de exquisito valor y gusto.

Don Hermenegildo:
Adelante, compañero Eleuterio, no tengas ningún tipo de reserva, siéntate en ese cómodo sillón y cuando estés en disposición pues comenzamos nuestra entrevista.
Don Eleuterio: Cuando quieras, ardo en deseos de conocer tus palabras.
Don Hermenegildo: Así me gusta, con decisión y motivación, no en vano has llegado a lo que actualmente eres, sí, no me lo puedes negar, con unos ingresos anuales por encima de los 300.000 euros, la verdad es que no es desdeñable. Claro está, que esto son los ingresos declarados, porque si mi información es exacta, en paraísos fiscales, tienes alrededor de unas plusvalías monetarias de más de 1 millón de euros, intereses netos generados por un inmovilizado de 600.000 euros. Además si le añadimos las propiedades inmuebles, acciones de bolsa y la buenísima colección de pinturas, pues esto asciende en total..., un momento, que mi ordenador cambie de página, sí, aquí está, la cifra patrimonial de seis millones de euros. ¿Estoy equivocado acaso?

La expresión de la faz de Eleuterio, ha perdido su frescura, su petulante seguridad, ahora mismo, la estupefacción y la molestia inunda su mente, no sabe qué decir, pero tampoco sabe adelantarse a los acontecimientos. De manera insegura y dejando patente una tartamudez agudizada, característica desconocida para el mismo Hermenegildo, Eleuterio tomó la palabra, iba a intentar adornar con circunloquios su réplica.

Don Eleuterio: Pues..., vaya..., sí que me has dejado perplejo..., incluso esta maldita tartamudez, que ya había olvidado, me ha sobrevenido. Bien, tu informe es completo y veraz al cien por cien, la verdad, es que aunque me imaginaba que conocías nuestras vidas y obras, jamás hubiera apostado porque tus informes abarcaran todo el ámbito de cada cual. Ya me contarás las fuentes de información, porque en mi faceta de abogado necesitaría de un colaborador tan eficaz y bien relacionado como el tuyo. Bueno, esos son mis números, mis aciertos, mis miserias, ¿ y ahora qué pasa con nosotros?
Don Hermenegildo: Calma compañero, has salido del atolladero con buen tino, no en vano eres abogado. En efecto, ahora tú y yo, y cómo no los demás sabrán todas tus características, tus evasiones de impuestos, tus sobornos aceptados, tus informaciones privilegiadas, tus usos y dejaciones de funciones, tu desmesurada y obsesiva afición de coleccionista de pinturas, llegando incluso a la estafa y la coacción para hacerte con alguna obra de origen humilde. En fin, para qué seguir, todas estas pequeñas y grandes acciones, eso sí combinadas, con la astucia y el acierto en muchas otras, siempre que reviertan en tu propia persona, te convierten en un personaje ambicioso y ciertamente peligroso. Sin embargo, a mí me seducen este tipo de personalidades, sin ir más lejos, yo soy uno como tú, eso sí, a un nivel de poder y de actuación mucho más amplio que el tuyo, no es petulancia, son las cifras las que cantan, un tercera parte de mi patrimonio equivaldría a 100 veces el total del tuyo, ¿me entiendes, verdad?
Don Eleuterio: Me dejas asombrado e incapacitado para musitar palabra. Me someto a tu arbitrio, es una oportunidad única en mi vida el poder colaborar contigo, sé que no podré llegar nunca a tu altura, pero creo que ofrecerás la oportunidad de cumplir el mayor de mis deseos; ver terminada la galería de obras pictóricas de mi propiedad, hasta un total de 100 obras, ahora tan solo tengo 40 y la verdad, al ritmo de compra de que dispongo, en la actualidad, difícilmente podría terminar a medio plazo. No hay nada mejor que poder pasear y contemplar en esta gran sala, todas mis propiedades para ser vistas únicamente por mí. Sí, lo sé, puede parecer una afición demasiado costosa, obsesiva, pero es toda mi vida, ¿lo comprendes?
Don Hermenegildo: Lo entiendo, ¿cómo no lo voy a entender compañero? Mira para que veas que tu forma de ver la vida no es exclusiva de ti, en esta misma mansión, poseo más de 150 cuadros de varias épocas, curiosamente, la mayoría de esta serie, son de la pintura flamenca, sí, compañera, la misma identidad, que a ti, tanto te cautiva. ¿Qué te parece?
Don Eleuterio: No puede ser, tú también tienes esta afición, no me puedo creer, y dices que tienes 150 cuadros, aquí mismo, ¿dónde?, dímelo pronto, necesito comprobar lo que me dices.
Don Hermenegildo: Tranquilo hombre, no te aceleres, mira, a mí esta afición no es que la lleve arraigada, me gusta como a todos, las buenas obras pictóricas, pero la verdad, perder el tiempo en exceso, eso no va conmigo. Al conocer tu monomanía de grandeza, sí tu enfermiza obsesión, pues decidí adquirir un lote de 150 obras por el módico precio de 700 millones de euros, es toda una inversión bien asegurada y con desgravación fiscal.

El semblante de Don Eleuterio refleja un total desasosiego, de nuevo, la tartamudez, se hace presente en su improvisado e incongruente discurso.

Don Eleuterio: No dejas de impresionarme, o tal vez, lo más propio sería reconocer que me abochornas, ya me has examinado y vilipendiado, ¿qué quieres ahora de mí?
Don Hermenegildo: Venga hombre, no te hagas la víctima, después de poner sobre la mesa tus miserias, te planteo una oferta irrechazable, ¿te gustaría ser el cuidador, proveedor y el observador de toda una galería de pintura? Supongo que sí, ¿verdad? Tendrías un sueldo apropiado, una dedicación exclusiva a tu obsesiva afición, y todo el tiempo del mundo para contemplar y aumentar nuestra colección. Todas las obras estarán colocadas en una amplísimo sótano abovedado, debidamente acondicionado.
Don Eleuterio: Tengo varias preguntas, ¿Dices nuestra colección? ¿Qué salario percibiría?, ¿qué presupuesto anual tendría para nuevas adquisiciones?
Don Hermenegildo: No me gusta perder el tiempo regateando con el dinero, porque este preciado metal me sobra a raudales, por lo tanto, mi única y última oferta es la siguiente: 2 millones de euros para tu salario y 2.000 millones de euros para adquisiciones; pensión completa por mi cuenta; así podrás, día a día estar más cerca de tu predilecta afición.

Se produce un breve silencio, ambos personajes se miran fijamente, Don Eleuterio, no tiene conocimiento que todo el trato está siendo grabado en vídeo por Don Ataulfo. Que se ha aprestado a introducir una última cláusula en el contrato. Recién sacado de la impresora, hace acto de presencia entre los dos. La puerta del despacho se abre y Don Ataulfo, el Secretario, le extiende el contrato a Don Eleuterio para su oportuna firma.

Don Eleuterio: Pero bueno, ¿qué es ésto?, tan seguro estás de mi aceptación. Aquí dice que el acuerdo será vitalicio e indisoluble; ésto para un abogado es inadmisible. También habla de que en caso de muerte o enajenación mental, todas las obras se entregarían al Museo del Prado. Me parece injusto que en caso de tu desaparición me vea privado de la propiedad de la colección.
Don Hermenegildo: Eres más ambicioso de lo que podía suponer, sea como tú quieres. En caso de mi incapacidad o muerte, toda está colección que estará depositada en la cripta abovedada del sótano, tal como te expresé antes, estará a tu disposición en este búnker y permanecerás encerrado de por vida al cargo de su custodia . Reconozco una cierta influencia de la cultura egipcia, ya sabes que los faraones se acostumbraban encerrar en sus tumbas con todo su tesoro y fieles servidores, ¿te parece aceptable mi propuesta?

Don Ataulfo, atento a la última indicación de Don Hermenegildo se ha aprestado a introducir una última cláusula en el contrato. Recién sacado de la impresora, hace acto de presencia entre los dos. La puerta del despacho se abre y el Secretario le extiende el contrato a Don Eleuterio para su oportuna firma.


Don Eleuterio: No cabe duda de que eres un animal fatuo, prepotente, megalómano, narcisista; mas has encontrado en mí un siervo que se inclina ante su amo, Ataulfo, trae esa estilográfica, que quiero vender mi libertad, todo sea por verme rodeado de las bellas imágenes que la pintura me brinda. Así puedo entregarme hasta más allá del presente.

Tras la oportuna firma, un protocolario estrechamiento de manos cerró la entrevista. Acto seguido y precedido de Don Ataulfo, ambos salen del despacho. Don Eleuterio henchido de gozo vocea grotescamente:

Don Eleuterio: ¡Hala, la primera cabeza de turco ha pasado por la piedra!, ¡Seguid pasando pandilla de desgraciados, ja, ja, ja, ja...!

En el salón, el grupo de amigos se miran atónitos. Don Mauricio Pipoca, contesta airadamente:

Don Mauricio: Pedazo de bastardo, te voy a reventar. ¿Qué te ha dado nuestro anfitrión que te ha convertido en un alucinado?

Desde la misma puerta del despacio y con voz enérgica, Hermenegildo se dirige a Mauricio con cierta ironía:

Don Hermenegildo: Si quieres conocer esta respuesta y alguna otra, acércate a mi despacho, te ha llegado tu turno.
Don Mauricio : ¡Cómo no, estaba deseando esta llamada!

Una vez acomodados los interlocutores en sus respectivos asientos, tomó la palabra Don Hermenegildo.

Don Hermenegildo: Bien, me congratula el contemplar que la naturaleza ha sido muy benévola contigo, así pues, tu corpachón sigue siendo fornido y se podría decir que es una adecuada presentación para mis planes. Pero vamos por partes, nuestro amigo Eleuterio, ha salido eufórico y no es para menos, el sueño de su vida se va a realizar. Después del acuerdo firmado, el va a ser el experto cuidador y mantenedor de la que va a ser una gran pinacoteca.
Don Mauricio: La causa de esa manifestación alocada, estriba en que tú le has dado un trabajo de quita polvo de los cuadros. Pero vamos, o estamos chiflados o algo no me casa. ¿Habrá un buen sueldo, y también alguna otra prebenda más?
Don Hermenegildo: En efecto, eres muy perspicaz, el contrato firmado tiene aspectos muy enjundiosos, pero también está señalado de contraprestaciones exigentes. Bien, hasta aquí llega todo lo que debes conocer, lo demás queda para la privacidad de cada cual, por lo menos mientras Eleuterio no quiera que trascienda su contenido. Una vez apagada tu primera curiosidad, vamos con tu caso, como te decía me interesa mucho tu arrogante presencia física y en base a este hecho se dirige mi propuesta.
Don Mauricio : ¡Uf, un momento, que esto me está sonando a raro¡, no me vas a contar que a la vejez te has vuelto loca, es decir pusilánime, porque ya sabes que yo soy muy macho, y que no paso por asuntos afeminados.
Don Hermenegildo: Tranquilo hombre, tu virilidad está segura. Por lo menos de momento. No, no me ha dado por la homosexualidad, cuando halago tu corpachón me refiero a las condiciones innatas que posees para el trabajo de sicario.
Don Mauricio : ¡Menos mal, no sabes que peso me quitas de encima!, de todas formas, no me gusta eso de por el momento, si una cosa tengo claro es que a mí me gustan las mujeres y no los tiparracos, ¡te queda claro!, por lo tanto no hay que dudarlo. En cuanto a mi constitución corporal, la verdad es que no me puedo quejar, a mi edad, todavía propino unos puñetazos ..
Don Hermenegildo: ¡Que se lo digan a tu mujer!, ¿verdad?

Don Mauricio se encrespa y balbucea entre dientes una monumental palabra malsonante.

Don Hermenegildo: Tranquilízate, tienes que acostumbrarte a frenar tus impulsos. Te recuerdo las diversas palizas que has repartido a tu esposa, amantes, empleados... en fin, toda una serie de agresiones que te confirman como un asesino. Ésa es la característica que me interesa contratar de tu persona. Quiero tener un matarife a mi disposición, un mercenario sin escrúpulos que ejecute sin vacilar mis encargos. Cuando considere oportuno requerir tus servicios deberás maltratar, torturar y asesinar sin vacilar. Por supuesto que a cambio obtendrás un sueldo jugoso, ¿qué te parece 500.000 euros al año?
Don Mauricio: Bueno, la oferta me atrae mucho, pero matar nunca lo he hecho. Aunque, alguna vez tendré que iniciar a cobrar víctimas.
Don Hermenegildo: El contrato deberá firmarlo y tendrá validez hasta el día de mi muerte. Si llegases a incumplir algún encargo de mi parte, el acuerdo se romperá e inmediatamente dejarás de percibir el salario. Además una cinta de video llegará a las manos del inspector de policía, lo que te complicará tu existencia.
Don Mauricio: Éso no será necesario, las víctimas caerán unas tras otras.

Don Mauricio Pipoca sale exultante del despacho de Don Hermenegildo. De sus labios no brota ni una sola palabra, sin embargo una amplia sonrisa se dibuja en su rostro.

Don Mauricio: Te toca a ti, Roberto.

Temeroso e indeciso, Don Roberto se dirige lentamente hacia el despacho.

Don Hermenegildo: Bien, se me está haciendo muy larga la mañana, espero que en tu caso todo sea igual de fácil como me ha resultado la negociación con Mauricio. Quiero atender decididamente tu aspiración de salir, con carácter definitivo, de la miseria. En tus mano está la clave.
En cuestión de horas tu mujer y tu hijo recibirán una entrega de 10 millones de euros. Tan sólo deberás firmar este contrato por el cual deberás renunciar a tu familia. En una palabra, voluntariamente te separarás de tu esposa e hijo para siempre jamás. Asimismo, entrarás a formar parte de mi servicio personal en calidad de jardinero. Buen sueldo, comida y habitación gratuita.
Don Roberto: Tu mente está gravemente enferma. Te crees que todo lo puedes comprar con dinero. Lo que me acabas de proponer es aberrante.
Don Hermenegildo: Insisto, es una gran propuesta, piensa que tu mujer se levantará de la depresión, que tú hijo tendrá el futuro resuelto; baja del pedestal que tu orgullo te ha creado. Se práctico y beneficia a tus seres queridos.

La cabeza apoyada en la mesa, la respiración entrecortada...; tras unos minutos de difícil situación, Don Roberto estampa la firma en el contrato. La salida del despacho no es triunfal ni jocosa. Don Roberto ciertamente abatido hace mutis en dirección a su dormitorio. Como último entrevistado, Don Primitivo Flor toma asiento en el interior del despacho.

Don Hermenegildo: Contigo finalizo ésta tarea de trasladaros mis planes. Imagino que estarás deseando salir de ese mundo tan patético en el que actualmente vives. Admiro bastante tu capacidad de aguante y tu inteligencia para poder acomodarte a las circunstancias. Bajo esa supuesta fragilidad afeminada, se impone tu fuerza interior. Me interesa tener a mi lado tus consejos e ideas sobre mi forma de vida.
Don Primitivo: No me esperaba esta solicitud. Jamás he negado, ni tampoco lo haré en adelante, mi tendencia homosexual, por esta convicción he soportado insultos, quejas, agresiones... Sin embargo, he aprendido a convivir con todas esta adversidades, al fin y al cabo es mi personalidad y no renunciaré nunca a ella.
Don Hermenegildo: Sí, me parece coherente, por lo tanto por ser mi asesor personal, recibirás un sueldo igual que el de Mauricio, es decir, 500.000 euros anuales. Cada vez que te pida consejos sobre un tema, me lo darás e inmediatamente, si lo estimo conveniente, se ejecutará tu opinión. Es imprescindible emitir una opinión, por lo que el silencio sobre alguna cuestión planteada, provocaría la inmediata intervención de Mauricio. El contrato, vincula a las dos partes con carácter vitalicio.

Después de la última de las firmas, el anfitrión y sus cuatro invitados, una vez reincorporado Roberto al grupo, alzan las copas de vino y brindan por sus futuras existencias. Todos muestran un semblante distendido y gozoso, todos excepto Roberto, que aún mantiene un gesto serio. Sin embargo, tal vez por resignación va asumiendo que su sacrificio tendrá un efecto seguro y altamente positivo en la que fue su familia.

El club de los vaciados va tomando cuerpo, Don Hermenegildo ha diseñado el plan y va ejecutando la introducción del mismo a la perfección. De una manera astuta y jugando con la ventaja de conocer la vida privada de cada cual, ha atraído a toda su antigua pandilla hacia un vínculo perverso. En efecto, durante este segundo acto, que ahora finaliza con esta escena, se ha montado la base del desenlace final. Hermenegildo va a seguir tirando de los hilos y en una ofuscación sin par, provocará que las emociones y pasiones, que los miedos y las frustraciones, que las venganzas y envidias se impongan sobre la mesura y la tolerancia. Al fin y al cabo, el descabellado plan del excéntrico millonario tan solo buscaba eso, una viciosa atracción hacia su esfera de influencia y una total sumisión ha sus designios. Una vez perturbadas las mentes y subvertido el escaso orden existente la fase crítica estaba servida.


Fin del segundo acto

Acto 3º De la inesperada resolución

Escena 1ª del acto 3º: En la cocina se enciende la chispa inicial


Introducción: Tras un copioso almuerzo, todos los miembros de esta secta, que han vendido su dignidad a cambio de una posición ventajosa, se encuentran diseminados por el amplio inmueble. Don Ataulfo, se dispone a abandonar las dependencias de la casa, cuando observa como Doña Adela, acaba de salir del despacho de Don Hermenegildo, su semblante está radiante. El secretario despechado, se enoja y se deja llevar por su desamor.

Don Ataulfo: Muy contenta venimos, ¿se ha perdido algún besito con destino a la hermosa cara de nuestro jefe, o tal vez ha habido más variedad de alternativas zalameras?

Srta. Adela: Las ha habido, las hay y las habrá, tantas veces como nos dé la gana y de la especie que a los dos apetezca. ¿Por qué no aprovecha su oportunidad y corteja a nuestra patética cocinera?

En un arrebato incontenible, Ataulfo, se lanza encima de la ama y tras inmovilizarla la besa en los labios con violencia. Tras la inesperada maniobra y una vez consumado su beso, la mujer grita desesperadamente y le araña con la mano derecha la mejilla del secretario. Inmediatamente Hermenegildo acude a hall de entrada. La ofendida mujer corre a los brazos de su jefe.

Srta. Adela: Ha sido horrible, esa bestia despechada de secretario que usted tiene, me ha humillado y forzado a ser besada por sus desagradables y pringosos labios.
Don Hermenegildo: Vamos, vamos, ya pasó, tranquila que no creo que sea para tanto. Hay que saber disculpar este exceso, porque Ataulfo está locamente enamorado de usted. Vamos a ver, D. Ataulfo, pídale disculpas a la señorita y repare su afrenta con un buen regalo.
Don Ataulfo: Sí, lo reconozco, mis celos y mi amor no correspondido me han convertido en un poseso, le pido humildemente perdón, le prometo que no volverá a ocurrir. Próximamente le agasajaré convenientemente.
Srta. Adela: No, ni una vez más, ya estoy harta de aguantar tanto machismo. No voy a tolerar más abusos, me tendré que marchar de esta casa.
Don Hermenegildo: Querida Adela, usted no se puede marchar, ¿acaso no recuerda que yo pagué por usted 200.000 euros para liberarla de aquel burdel? Una sola llamada a su amigo proxeneta y su ajetreada vida, volvería a ser su medio de subsistencia. Así que no se haga más la ofendida y procure vivir y dejar vivir.
Srta. Adela: Es usted un monstruo, no sé cómo puedo amarle tanto. Sí, sé que me tiene en su poder, pero no me puede obligar a ser amable con quien me da asco. Yo soy suya y solamente suya.
Don Hermenegildo: Así me gusta, complaciente, agradecida, y sobre todo sumisa. Me gusta que la gente sea feliz haciendo lo que yo les mando.
Don Ataulfo: Si no les importa, me voy a tomar un café que Doña Bonifacia tan ricamente prepara.
Don Hermenegildo: Buena idea, dígale que sirva café para todos. ¡Ah!, estaremos recreándonos en el sótano con mi colección de pinturas. Allí, mis amigos y yo saborearemos la belleza hecha pintura al aroma del mejor café de Colombia.

Escena 2ª del acto 3º: Los preparativos letales en la cocina


En esta escena, la amplia y bien cuidada cocina de la mansión, se prepara para el inicio de los primeros óbitos. Dña. Bonifacia, a mitad de camino entre paranoia, frustración, agresividad, deseos de venganza, a sabiendas de los gustos de su patrón, está preparando la exquisita bebida aromática y estimulante del mejor café de Colombia, pero en esta ocasión se dispone a introducir un elemento novedoso y letal para la salud. Se trata de un poderoso cóctel de raticida, arsénico y extracto licuado de amanita phaloides (la seta más venenosa conocida). El efecto sería casi inmediato, unos sorbos y apenas dos minutos después, un fulminante paro cardiaco, cegaría la vida del que lo ingiriera. El café exterminador estaba preparado, la acción de la obra continua.

Don Ataulfo: Buenas tardes, por favor, un cafetito me vendría de maravilla. ¡Hum!, que bien huele, usted es la que mejor prepara el café, ¿me sirve uno bien cargado?
Dña. Bonifacia: Le veo muy preocupado, ¿le gustaría evadirse de sus problemas?
Don Ataulfo: No sabe cuanto, por cierto, tiene que llevar café al sótano, a la galería de pinturas. Allí estará el jefe y sus amigos mirando las pinturas. Como le iba diciendo, con usted me puedo confiar, esa guarra de ama de llaves me tiene a mal traer, esa concubina reconvertida me desprecia y mis celos me atormentan sin cesar.
Dña. Bonifacia: Tenga, beba esta pócima y verá que sus problemas se esfuman. Además le aseguro que esa pendona de ama de llaves, también, en breve, deambulará por otras dimensiones.
Don Ataulfo: Rico y sabroso, hoy mejor que nunca.

La Srta. Adela entra en escena, sus malos modos se dejan notar.

Srta. Adela: A ver, ¿qué pasa con el café?, ¿para cuando se sirve a todos en el sótano? Dña. Bonifacia, cada día va perdiendo facultades.
Dña. Bonifacia: Lo siento, mi ama, no volverá a ocurrir, aquí tiene su taza con todo el respeto y la admiración hacia su persona. Le prometo que no me volverá a ver fallar nunca más.

Después de ingerir, con cierta avidez, la taza que gentilmente le ha ofrecido la cocinera, la ama de llaves comenta:

Srta. Adela: Qué extraño me resulta tanta amabilidad, pero en fin alguna vez tendría que aceptar que yo soy la jefa del servicio de esta casa. Me parece que me voy a sentar un poco, porque me siento como mareada. ¿Le importa que le haga compañía Don Ataulfo?, ¿no me escucha?, ¿pero qué le pasa? ¿No le ve usted a Don Ataulfo un semblante muy pálido?
Dña. Bonifacia: En efecto, así parece.

La cocinera se acerca al secretario y apoya la mano en el hombro derecho, de inmediato el cuerpo de Don Ataulfo se desmorona como un pelele y cae redondo al suelo. Un grito estremecedor parte de la garganta de la Srta. Adela, nadie la escucha, todos están en el sótano. La ama de llaves, mira fijamente a la cocinera, y ante la pasividad de ésta, comienza a intuir su final.

Dña. Bonifacia: Pobrecito, está muerto, bueno ha descansado de tantos quebrantos. Por cierto, a usted, a ti guarra prostituta, también se le está poniendo una cara muy blanca, ¿no nota su pulso muy bajo?
Srta. Adela: ¿Qué me ha dado?, ¿qué me ha echado en el café, maldita vieja?

Estas fueron las últimas palabras de la azarosa vida de la ama de llaves. La expresión triunfante y risueña de la cocinera, dejo escapar unas risotadas que hubieran hecho estremecer al mismísimo Boris Karloff.
Minutos más tarde, la cocinera, porta la amplia bandeja de plata con el juego de café y las cinco tazas de servicio. Entre los miembros del club de los vaciados, la presencia de la bebida estimulante, sirve de centro de atención, porque entre la hora vespertina, el rigor de la digestión y el mirar tanto cuadro, estaba creando un ambiente de sueño irremediable. Uno tras otro, la cocinera sirvió a cada invitado dejando al anfitrión para el último lugar. Todos sin excepción, tomaron deprisa el líquido y funesto bebedizo.

Dña. Bonifacia: Queridos invitados, querido y amado jefe, os preguntaréis por qué está madura y humilde cocinera, os ha servido el café. La respuesta es bien sencilla, podría decir que la Srta. Adela, la perfecta y bella ama de llaves, está indispuesta. Sin embargo, no es así, a estas alturas de mi vida no quiero caer en una mentira más. La Srta. Adela, ahora mismo yace en el suelo de la cocina. No, no tema, está bien acompañada por Don Ataulfo, el cual, también mora a su lado. Eso sí, en las mismas condiciones de fallecimiento. No, no se me agolpen a la hora de querer hablar, sé que la curiosidad morbosa les invade. Quién, cómo y por qué los ha matado, muy sencillo, yo misma. Insatisfacción, venganza, asco y un cierto dolor en la cabeza que parece como si quisiera explotar, además oigo voces y pitidos, y gente que me pide... un momento, por favor, ¿me permiten que me siente a la mesa?

Alrededor de la mesa, los invitados y el anfitrión, se encuentran sentados. Las posturas de los cuerpos son recias y sus rostros pálidos. La muerte se ha adueñado de sus respectivas existencias. El primero de todos en entregar su vida ha sido el fatuo y manipulador Hermenegildo Pi, cuyo rostro refleja una expresión de sorpresa y de pavor.

Dña. Bonifacia: ¡Ah!, sí como les decía, esas voces que oigo me hablan que tengo que cumplir una misión, aquellos que se interpongan en mi camino, deberé facilitarle su eliminación. Ahora he cumplido mi misión, he hecho lo que esas voces me pedían y también voy a beber de mi cicuta para dejar esta perra vida.

La cocinera asesina, acerca lentamente la taza a sus labios, voltea el contenido de la citada taza y todo parece llegar a su fin. Vulgarmente diríamos que en este melodrama no se salva ni el apuntador. Pues no, se equivoca. En el último segundo, la cocinera, deja caer la taza y su mortal contenido.

Dña. Bonifacia: Esas mismas y malditas voces, me dicen que debo seguir con mi misión. Quedan muchas personas por aliviar, y también, mucho café que preparar. La madura cocinera esboza una amplia sonrisa, hace mutis por el foro...























No hay comentarios: