viernes, 14 de noviembre de 2008

Aventuras: Los portadores de la túnica


Los portadores de la túnica

El temerario individuo continuó su inevitable avance. El impulso energético que derrochaba parecía que no disminuía ni un ápice. Su descomunal figura, más de dos metros de altura de un cuerpo atlético y musculoso, se abría paso de forma incontestable. En sus poderosas manos, las dos grandes espadas iban cobrando víctimas con sus certeros golpes. Los alaridos de dolor de los contrincantes quedaban amortiguados por los gritos del guerrero, que, en cada embestida lateral, decapitaba a sus enemigos uno tras otro. Y es que el destructor mercenario había abierto una brecha muy amplia en las líneas adversarias.
A medida que la batalla se desarrollaba, los centenares de contendientes iban cediendo en su actitud de confrontación. Es más, el pánico se había apoderado de gran parte de la tropa y grandes hordas enemigas se batían en retirada incontrolada. La colosal intervención del ariete humano había decantado el sentido de la victoria a favor de sus defendidos. No cejaba ni un solo instante de buscar y rematar a sus víctimas, tal era el ansia de asolar y destrozar al adversario que perseguía con insistencia a los que trataban de eludir el cuerpo a cuerpo. La caballería hacía tiempo que había dejado de existir a manos del paladín hercúleo.
Una vez llegado a lo más hondo del valle, cuando las tierras se hacen cada vez más escarpadas, el vitoreado conquistador cesa en su frenética acometida. No, no es el cansancio el que motiva su inactividad, es la inexistencia de ejército resistente.
Desde el comienzo de la rápida y sangrienta batalla, ni un solo momento ha mirado hacia atrás. Su afán era avanzar y diezmar al adversario hasta la extenuación.
Este cronista que narra, da fe de que así ha acontecido. Y lo hago desde la más absoluta y radical imparcialidad, porque desde la naturaleza de mi profesión, la de contador de mil y una batallas, nunca me he dejado llevar por el halago excesivo, ni por el amiguismo, ni tan siquiera me he dejado tentar por dinero. Soy muy viejo y también soy pobre, pero por encima de todo soy un cronista imparcial que escribe y vive lo que ve, pese a quien pese. Por eso mi crédito es reconocido por todos. De aquí que en estos 30 años de desempeño profesional, ni una sola campaña bélica ha escapado a mi comentario. Nada, ni nadie me ha privado de ejercer mi oficio, el de narrar las gestas y los excesos de quienes intervienen en las distintas refriegas.
Sin embargo, por todos los dioses guerreros, que jamás, estos mis ojos, han visto a un humano combatir con tanta fiereza y contundencia. Nadie ha podido, en esta batalla, contrarrestar el poderío de Casto, también llamado “El imparable”. No sé de dónde salió, no sé por qué defendió a la etnia de los Casones, pero sin duda, que mientras batalle a su lado, nada tendrán que temer sus eufóricos seguidores casonitas. La victoria ha sido total, más de dos millares de Elovitas han perdido la vida. De éstos, dos terceras partes, han sido decapitados por Casto, además del sacrificio de más de un centenar de caballos. Las bajas en los Casones, han sido mínimas, apenas unos diez elementos. El resto del ejército Elovita, desmoralizado y disperso, jamás olvidará este fatal correctivo. Su poderío ha quedado en entredicho y no creo que se recuperen de esta tragedia. Esta ha sido la primera impresión a pie de campo de la que ha sido, la más inesperada y brillante batalla que he presenciado.
Estático y con los brazos caídos, una tremenda escorrentía de sudor y sangre enemiga va cayendo al terreno. Un gran charco de fluido humano se concentra debajo mismo de su ciclópea figura. Cumpliendo mi deber, y con cierto recelo, me acerco a su localización y trato de recabar sus primeras impresiones:
- ¡Oh, Casto, excelso guerrero, llamado a grandes gestas y a ser elevado a lo más alto en cuanto a la fama se refiere!, este humilde cronista te requiere, ¿de dónde vienes?, ¿por qué peleas al lado de los Casones?, ¿te quedarás con ellos?, ¿estarías dispuesto a cambiar de bando?, ¿te importaría que fuera tu biógrafo oficial? Sí, ya sé, que son muchas preguntas, pero también espero que seas igual de rápido contestándolas, tal cual guerrero fulgurante en la contienda. Adelante, Casto, espero con ansiedad tus palabras, arranca esa voz poderosa y grave que debes atesorar, confiesa tus sensaciones a los oídos expertos de este anciano contador de batallas. Deja que me pueda saciar de tus experiencias y de tu vanidad y que las difunda a los cuatro vientos. No quieres hablar, eres reservado, sí, por qué no, es una virtud más que añadir a tus facultades de gran luchador.
- No, ni mucho menos, es que tenía la garganta seca.
- Toma, bebe de mi pelliza, es vino tinto de la comarca, espero que sea de tu agrado.
- Vino, ¿has dicho vino?, maldito viejo borracho, odio el vino tanto o más que a los Elovitas. Por lo tanto, contador de estupideces, ya ha llegado tu hora, vas a perecer, porque en definitiva ya has contemplado demasiadas masacres, y alguna vez te tenía que tocar.
- Adelante hombre corpulento y escaso de entendimiento, ¡rebáname el cuello!, ¿Acaso no es tu especialidad?, digamos que puede ser el colofón a toda una jornada plena de sangre y cabezas rodantes. Tal vez la mía te dé algún tipo de satisfacción añadida. Si piensas que te tengo miedo, lo llevas claro, llevo muchos años viviendo y soportando a sanguinarios parecidos a ti. Aunque la verdad, ninguno tan descerebrado como tú.
- Bien, vale, de acuerdo, me he pasado un poco contigo. Reconozco que un viejo como tú, cronista por más señas, lo único que trata es cumplir con su obligación. Te recuerdo, que la jornada matutina ha sido muy movida y la verdad, me encuentro cansado. Sí, no sólo físicamente sino anímicamente.
- ¡Así que veo unas muestras de humanidad y también de duda¡, luego entonces eres de carne y hueso y tienes sentimientos. No te preocupes, te considero, puesto que matar a tantas personas sin cesar tiene que dejar una huella muy fuerte. Además reconozco que fui demasiado avasallador a la hora de llenarte de interrogantes. En cuanto a la bebida, algo muy frustrante te ha tenido que pasar para que odies tanto el caldo de las uvas.
- Sí, en efecto, prefiero no recordar ese episodio de mi vida. Si te parece, ya es hora de partir de aquí, mira como estoy chorreando de sangre de personas que hace unas pocas horas, tenían sus inquietudes, sus familias, sus vidas. Ahora, sus cuerpos mutilados, sus viudas, sus hijos, lloran sin consuelo y todo por una maldita batalla más que no resolverá nada.
Juntos caminamos bajando la colina y siguiendo mis indicaciones el gigante herido en su fuero interno, se deja llevar por mi conversación. Todo lo grande de su fuerte cuerpo contrasta con un estado de ánimo muy precario. Llegamos a mi humilde morada, una casa en pleno bosque, en donde la belleza de la naturaleza y la tranquilidad rebosan por doquier. Sin esperar ni un minuto, parte corriendo hacia el arroyuelo que pasa muy cerca de mi lar y se zambulle en las limpias y frescas aguas. Torrente abajo, el caudal del cauce se tiñe rojizo. Son las adherencias de la sangre acumulada en la piel y las vestiduras de Casto. Tras una buena terapia de agua y jabón, Casto sale del manantial completamente desnudo. Se ha desprendido de sus prendas y las poderosas armas yacen en el fondo del lecho del río. Tras ceñirse una túnica de mi propiedad, se dispone a sentarse en el porche delantero de mi cabaña de madera y se queda extasiado mirando el entorno.
- Este lugar es una auténtica bendición para mi espíritu herido, aquí me quedaría para siempre, lejos de tanto odio y muerte. ¿Te importaría que compartiese contigo este hogar?
- Estás en tu casa, no tengo a nadie que viva conmigo, por lo que ambos nos haremos mutua compañía.
- Por cierto, el tejido de esta túnica, es muy extraño y además pesa demasiado, incluso para mi fortaleza.
- Sí, lo sé Casto, este pobre viejo cronista, la portó muchos años y tuve que dejarla hace meses, porque no podía más con ella. Desde entonces su incalculable peso busca un nuevo portador, ¿Quieres serlo tú, Casto?
Casto, no musitó palabra, pero con su actitud se intuía que había un grado de resignación ante el cambio que su vida estaba operando.
Han pasado unos años y por imperativo cronológico, ya ha llegado mi hora. Hacia el lecho de muerte sé que está muy pronta mi partida. Estos últimos años han sido, con diferencia, los mejores de mi vida, en compañía de mi compañero y amigo, Casto, ambos nos hemos enriquecido espiritualmente. Jamás hubiera imaginado un final tan plácido como el que voy a tener. Además, sé que este lugar idílico tendrá, en mi amigo, un seguro valedor y aprehendedor de las exquisiteces que la naturaleza nos ha regalado.
- No te sientas triste, amigo mío, hoy es el mejor día de mi vida, sé que parto de este mundo, pero me voy pleno. No en vano he degustado aquí, lo que otros en cien vidas no podrían experimentar. Y además, y tú lo sabes bien camarada, sé que gracias a esta forma de comprender y asimilar la verdad natural, me libero de todo miedo a la nada del más allá, puesto que no me voy al vacío, sino que modifico mi estado vital de presencia. Sí, amigo mío, en algún momento y en un lugar indeterminado tú sentirás mi presencia y ambos seguiremos en contacto.
- Gracias viejo, por haberme enseñado tanto y por ser amigo de este torpe bruto.
Sí, parece que fue ayer, el día en que mi amigo el viejo cronista partió de mi lado hacia otros niveles de existencia. Y es que el tiempo aquí, en este paraíso, parece como aletargado y que no transcurre. Sin embargo, mi canas y mi piel ajada dan signos de envejecimiento. Es curioso que todavía no he podido contactar con mi añorado amigo. Sus últimas palabras aún no se han cumplido. No obstante presiento que su pronóstico está muy cercano a realizarse. Alejado de todas las vanidades humanas, tras estos años de retirada voluntaria, he podido reequilibrar mi estado anímico y expiar mis múltiples crímenes. Cada mañana me voy a lavar la cara y miro, de pasada, el lugar donde yacen las enmohecidas espadas. Sus brillantes hojas, han dejado paso a una opacidad y suciedad evidente. No siento ninguna añoranza de mi pasado, fue tan fugaz como frenético y me dejó un pozo de inquietud y amargura que vagamente recuerdo.
El viento se ha levantado muy enérgico en esta mañana convulsa. Es la primera vez que suena así en mi cabaña. Acudo a cerrar los tapaluces y allí fuera, delante de mi sencilla vivienda, a la altura del arroyuelo diviso a una figura desconocida.
El alba se hace esperar, salgo afuera y traslado un aviso al extraño:
- ¡Eh oiga, qué desea!
El ser extraño ataviado con una túnica gris y una capucha amplia, que cubre su rostro, se vuelve. En sus blancas y nervudas manos lleva extendidas ambas espadas. Sin duda son las mías, puesto que son inconfundibles, pero ahora, de nuevo, están impecables.
- ¿Eh, qué hace con mis armas?, Si las desea se las regalo.
- ¿Estás seguro Casto?
- ¿Cómo sabe mi nombre?, Hace muchos años que nadie trata conmigo. ¿Qué quiere de mí?
- ¿Estás dispuesto a morir, pobre y decrépito Casto, hombre viejo y apenas sombra de lo que fuiste?
- No le tengo miedo, ni a usted, ni a la muerte, hace tiempo que estoy preparado para encontrarme con mi amigo, más allá de esta existencia.
- Ese amigo tuyo, ahora no te podrá ayudar. Puesto que me has dado voluntariamente tus espléndidas armas, tendré el gusto de emplearlas contigo. Al fin y al cabo, tú mismo has reconocido que no tienes miedo a partir de este mundo.
- Así es, sé que ahora mismo estoy más cerca de mi destino. Por fin mi etapa de maduración en este plano existencial toca a su fin. Procede pronto por favor.
El extraño levanta ambas espadas con inusitada fuerza. El estilo era el mismo que hace años, un fornido y joven Casto empleaba. Ahora sin perturbarse en absoluto espera su destino final. En ese momento y cuando las espadas bajan con total precisión y descomunal fuerza, en el último momento, rectifica la trayectoria y levantando por encima de la cabeza las respectivas hojas, ambas, chocan de forma violenta y estallan en mil y un pedazos.
El desconocido se descubre el rostro y deja vislumbrar el aura luminiscente del estimado amigo, el viejo cronista que esboza una amplia sonrisa. Has superado satisfactoriamente la última prueba, ya estás preparado para tu misión más difícil. Tras unos momentos emotivos, en los que ambos intercambian una afectiva mirada, el viejo amigo se eleva y se pierde entre la masa forestal.
Por fin se había cumplido la última profecía del cronista. A partir de ahora, tras la evidencia constatada, mi vida ya no tendría involución. La pesada túnica, que un día me entregó mi amigo Cronista, parecía que ahora, todavía se me hacía muchísimo más pesada. Tanto que a pesar de mi corpulencia y fuerza, apenas podía con ella. Aunque, en ocasiones, había tratado de quitármela, para evadir mi esta carga copiosa, muy pronto comprendí, que más allá de una simple vestidura en su esencia había más materia que la puramente textil. Y como si de una responsabilidad transmitida por mi amigo hacia mí, continué portándola con dignidad y esfuerzo.
Cada día, que me levanto noto como la túnica me pesa más y más, en efecto, son mis años que no pasan en balde. Y es el incremento de su pesada carga, se ve aumentada por los muchos errores y perversiones que mis congéneres acumulan día a día. No cabe duda que los que yo cometí pesan y bastante, por eso trato, con todas mis fuerzas, de restituir lo dañado. Sin embargo, es demasiado para un hombre solo, que está ya en decadencia. De los errores pasados de otros nadie aprende y cada instante, uno tras otro, las transgresiones y las violencias se ceban en los desvalidos. Así, yo noto como poco a poco mi capacidad de portar la túnica se desvirtúa.
A duras penas me arrastro por la ribera de mi arroyo y tal como la primera vez hice, me sumerjo en sus frescas y limpias aguas. El peso de mi vestidura me lleva al fondo del lecho y sin ningún aspaviento permanezco en actitud de espera.
Por fin he franqueado el límite, mi maduración me ha ayudado a salvar el escollo dimensional sin dramatismos. Mi pesada vestidura se ha blanqueado, por unos momentos, y el color grisáceo se ha mutado en blanco. Río abajo discurre el agua tornada de color rojo oscuro de tanta sangre inocente derramada.
Mi mano se alza por encima de la superficie del agua y desde la orilla mi amigo de siempre, me tiende la suya. Nos saludamos y retomamos un nuevo itinerario de amistad para siempre jamás.
En el fondo del lecho la túnica lavada, comienza a ensuciarse. Y es que a pesar de tantas y tantas oportunidades, la Humanidad no aprende de sus errores. Por lo tanto, tendrán que seguir viniendo más y más portadores de la túnica, para poder sobrellevarla y más tarde, una vez más, renovar otro período de prórroga. ¿Hasta cuando seguirá ocurriendo esto? ¿Quién será el próximo en cargar con la pesada túnica?

Fin

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