sábado, 15 de noviembre de 2008

Cuentos: Sucedió en la Noche más Buena

En aquella pequeña casa de campo abandonada, la oscuridad abarcaba toda la mugrienta estancia. En una noche fría y cerrada la sensación de desamparo era sobrecogedora. Los pordioseros habitantes de la ruinosa construcción, se apiñaban y trataban de conciliar el sueño. Sus cuerpos encogidos y ateridos se enredaban en sus sucias y roídas mantas. Los lamentos, toses y murmullos, de vez en cuando, se hacían notar, pues la enfermedad, el hambre, el dolor y la desesperación se habían apoderado de sus maltratados cuerpos.
Momentos después, tras superar, por cansancio, esta situación de manifiesto desamparo, cada uno de los individuos que allí moraban, un bebé, niños, ancianos y adultos, en número de nueve, los mismos que componían el conjunto de esta familia de indigentes desheredados; se sumieron en un sueño muy profundo.
En plena calma y oscuridad, el frío intenso se había difuminado, algo nuevo e indescriptible se había apoderado de aquellas ruinas y de sus desdichados inquilinos. La calcinada puerta de acceso a la única pieza de aquel refugio, se iba abriendo muy lentamente. Entre chirridos y crujidos una luz muy poderosa, pero en nada hiriente, se iba introduciendo en el interior. Aquellos durmientes, ajenos a toda esta novedosa y extraña energía, continuaban gozando de un sueño reparador y placentero. Sus cuerpos, no estaban contraídos, ni sus caras mostraban contrariedad, miedo o agonía. Al contrario, sus semblantes destilaban placidez. Aquel foco luminoso, como si de una sonda se tratara, fue examinando uno por uno a todos los individuos de la familia. Tras dar por terminada su misión, el haz luminoso se retiró y de nuevo la oscuridad volvió a reinar en todo el entorno.
Transcurridos unos minutos, unas luces potentes y molestas apuntan a la puerta del refugio, tras bajar precipitadamente de aquel vehículo, dos individuos se internan en la casa y con dos potentes linternas alumbran a los inquilinos. Tras identificarse como números de la Benemérita rural, son invitados a ser trasladados a dependencias asistenciales.
Todos los miembros de la familia, son llevados en el todo terreno, a las dependencias de Cáritas. Durante el largo viaje, con destino a un centro de acogida, uno de los guardias civiles que lleva en sus piernas a un chaval de cinco años, comenta y pregunta al padre de la prole:
- Tranquilo, ya veréis como esta Nochebuena, lo vais a pasar a salvo y comiendo caliente. Incluso hasta polvorones. Por cierto, a pesar de estar abandonados a vuestra suerte, no tenéis expresiones ni de dolor, ni de frío, y eso que la noche estaba muy cruda. ¿De quién fue la idea de lanzar un cohete de señalización?
- Sr. Guardia, le aseguro que ninguno de nosotros hemos sido. Somos muy pobres, y como podrá comprender no llevamos esos aparatos.
- Ya, parece lógico, pero os aseguro, que si hemos venido hasta donde estabais, ha sido porque una luz refulgente y permanente, nos ha indicado vuestra posición. La verdad es que no lo entiendo. Desde el puesto de guardia, que se encuentra a 30 kilómetros, se veía perfectamente vuestra localización y no tuvimos ningún problema en descubriros.
- Bien está, lo que bien acaba, pero es muy extraño. ¿A ti no te lo parece pequeño?
- A mí no, yo sabía, que algo bueno iba a pasar.
- ¿De verdad?, y dime ¿por qué lo sabías?
- Muy sencillo, se lo pedí a Jesús, ¿Acaso no ha nacido esta noche?
Los dos guardias civiles se miraron perplejos. Los demás miembros de la familia, que viajaban, muy apretados, en el Land Rover, se miraban unos a otros, pero sus caras, tan sólo, rebosaban felicidad. Incluso el bebé, que estaba despierto, no paraba de balbucear y de emitir gritos de complacencia.
Han pasado diez años, y cada Nochebuena, desde aquella maravillosa que vivimos en la casa abandonada, nos reunimos todos los miembros de la familia a vivir y compartir la Buena Nueva, la que todos los años celebramos quienes
profesamos que Jesús, viene a cada uno de nosotros. Dejémosle penetrar en nuestra humanidad y veremos como su Luz nos ilumina y nos guía.

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