jueves, 13 de noviembre de 2008

Terror: Inconsciente malévolo


INCONSCIENTE MALÉVOLO

“Su inconsciente, de manera determinante, diseñó la necesaria eliminación de la fuente de insatisfacción.” Del autor.

Te conozco. Sí, a grandes rasgos, puedo describir tus exigencias. Casi siempre, y digo casi porque no quiero pecar de exagerado. Quieres extraer lo máximo de estos trabajadores juntaletras, que frecuentemente tratamos de dar todo lo que llevamos dentro.
Al final de cada parto de nuestra mente, el fruto de nuestro esfuerzo es filtrado por ti. Se te presupone, capacidad, experiencia, y una buena dosis de captación y de identificación con lo que a la masa popular le interesa. Sí, eso es lo que en definitiva resulta más importante. Hay que vender y recaudar. Hay que aprovechar el tirón del nombre del autor que ahora se encuentra de moda.
Estaba fastidiado y harto de tanta hipocresía por tu parte. Todo iba muy bien, siempre y cuando mi editor tuviera en sus manos un nuevo trabajo al año. Poco importaba que estuviera sumido en momentos de crisis de creación, todo lo que antes había creado y rentabilizado a su favor tenía relativa importancia. Poco pesaba que hubiera publicado ocho novelas, consideradas como auténticos ejemplos dignos de admirar, por sus tiradas de ventas, por sus premios, por la creación de una marca de autor que por sí sola vendía sin necesidad de grandes campañas publicitarias.
Sí, que gran farsa la de mi editor, que, entonces, me otorgaba espléndidos y continuados agasajos. Tras más de 6.000 millones recaudados, por derechos de publicación, más otros 2.500 millones por derechos de adaptaciones al cine, más 1.000 millones por derechos de publicidad; era normal su actitud, estaba ebrio por el dinero que se había embolsado. El 45 por ciento de todas las ganancias, no está mal, querido editor.
Tan solo ha pasado año y medio. Las cosas han cambiado radicalmente. Mi editor, tiene escaso tiempo para dedicárselo a mis problemas. En efecto, hay otros muchos autores consagrados y noveles a los que hay que seguir extrayéndoles lo máximo posible. Seguirá usando sus artes de apariencia elitista, bajo la presentación de unas formas exquisitamente educadas, pero tremendamente frías y calculadas.
Nuestra fructífera relación, se fracturó y se desvaneció de manera efectiva, mi crápula amigo, a través de una lacónica llamada por teléfono, justo hace tres meses. Tras un breve un recuerdo a tiempos pasados y casi olvidados, de forma interesada, dejó una puerta abierta a posibles y futuras entregas, eso sí (siempre que la calidad lo mereciera), aunque en realidad su grado de escepticismo era lo más sobresaliente en su mensaje final y por lo tanto mi ocaso como escritor estaba, a su juicio, plenamente confirmado. Una despedida fría y cínica, así fue su última comunicación. Desde entonces ando mal. Me encuentro deprimido, agobiado. Lo fundamental está en la crisis de creación en la que estoy sumido. Mi inspiración está aletargada. Por mucho que me esfuerzo, no logro producir ni en cantidad, ni en calidad. Después de ocho años ininterrumpidos de febril escritura, en la que me fluían las ideas, los temas, las situaciones, sin lagunas, sin correcciones, con una técnica directa al dictado de lo que mi inspiración me facilitaba. Ahora me encontraba bloqueado, incapaz de detectar a qué se debía este estado de indefinición.
Autoanalizando mi situación, me cuestioné en que estadio podría estar. Previamente formulo mi recorrido a la generación de la creatividad literaria, a saber:
- Me he beneficiado de una inspiración brillante y abundante, que me hacía brotar instantáneamente la composición apropiada.
- Otras veces y de manera inadvertida, surgen las inevitables repeticiones en contenidos y modos de transmitir las cosas que queremos contar.
- Asimismo en determinados momentos queremos innovar y nos perdemos en experimentos que se nos van de las manos.
En efecto, leídos atentamente estos procesos, me identificaba con una etapa inmediatamente posterior a la última anteriormente citada. Sí, perdida la frescura intuitiva, agotada la copia sistemática de éxitos pasados, insatisfecho ante los resultados de otras vías novedosas de la producción literaria, estaba condenado al estado actual de la inacción.
Después de esta reflexión acerca de mi carrera literaria, seguí juntando piezas al rompecabezas de la comprensión de mi realidad y las fui describiendo:
- Mi situación económica era desahogada, para atender a mi total existencia.
- Mi situación familiar, no tenía especiales complejidades, soltero y sin familiares directos a cargo.
- Mi situación sentimental no pasaba por ningún altibajo, porque actualmente me encontraba sin compromisos amorosos.
- Mis relaciones de convivencia interpersonales, con mis vecinos, con el círculo de amigos, con mis compañeros de trabajo (autores, editores), eran abiertas y fluidas. Bueno, un momento, no con todos los citados existía una correcta y fluida comunicación, no. Era evidente que mi intelecto, mi afectividad, mi voluntad, mi disponibilidad estaba mediatizada por un personaje siniestro. Un hombre que había pasado de ser un colaborador amigable a un depredador déspota y malévolo. Éste era, sin duda, mi editor.
Tras permanecer unos minutos en silencio, traté de evadirme de este proceso de frustración en el que estaba envuelto. Para ello, intenté poner en blanco mi mente. Una vez conseguido este cierto equilibrio, propio del que despierta de un mal sueño y retoma su existencia con nuevos bríos e ilusiones, con esta disposición me entregué de lleno y me dejé llevar por una fuerza interior que quería plasmar de nuevo impresiones, ideas, descripciones. Sin perder un minuto, tal y como hacía ya tiempo que no redactaba de forma rápida y abundante, comencé a escribir por medio del procesador de textos de mi ordenador personal toda esta gran aportación de datos.
Habían transcurridos horas, no sé cuantas. La noción del tiempo se había difuminado de mi estado de consciencia. Allí, delante de mí, aparecía debidamente centrada la palabra tópica más deseada por todos los escritores, no es otra que la del fin. Puedo asegurar que había recuperado, divina inspiración, la forma avasalladora de crear a destajo sin ninguna interrupción. Conocía estos estímulos y los aproveché hasta la extenuación. Mis ojos estaban muy cansados, mi espalda maltrecha. Efectué las comprobaciones de rigor, grabé pertinentemente, hice una copia de seguridad al disquete como buen agente previsor.
Me levanté del sillón anatómico, busqué mi reloj de pulsera depositado encima de la mesa del despacho y comprobé que eran las 12 horas, del día 22 de julio. Me pareció increíble, había estado más de 20 horas consecutivas alumbrando mi último vástago.
Habían pasado apenas unas 5 horas reparadoras de aseo, comida y sueño. Volví a entrar en el fichero del ordenador y comencé a repasar mi última obra. Por delante tenía mucho por hacer: las correcciones gramaticales, estilísticas, ortográficas, semánticas y sintácticas que debían ser pulidas.
Obviamente cuando atendemos a una revisión de algo que se ha generado con anterioridad, conocemos el contenido de lo que estamos de nuevo repasando, porque evidentemente hemos sido concientes de lo que hemos producido. Sin embargo, y esto era novedoso para mí, apenas recordaba nada de lo que allí estaba escrito. Un escalofrío de desasosiego me recorría la espalda, era como contemplar una redacción de un texto mío, pero que no recordaba en ninguno de sus términos. El estilo, el vocabulario, los giros, eran inequívocamente propios. Tenía constancia de que yo había elaborado, tras veinte horas de esfuerzo, aquel borrador de texto literario. Pero por muy extraño que parezca todo el contenido vertido allí era nuevo para mí.
Me intranquilicé un tanto y decidí acabar de leer íntegramente el texto completo. Aquel primer borrador, no tenía necesidad de ninguna enmienda formal. Es decir, lo había trascrito con tal perfección mecanográfica que no observaba erratas, ni siquiera en pulsaciones indebidas. Más que un borrador parecía un documento perfectamente ajustado y depurado en todos los elementos previos a la presentación y visado del editor de turno.
El compendio de los 320 folios de que constaba este documento, en síntesis tenía como fondo argumental, el atormentado mundo de un escritor que pierde su inspiración creativa y de cómo busca su identidad literaria a través de nuevas fuentes.
Como buen contador de cosas, en toda esta trama iban mezclados aspectos reales y ficticios, porque la subjetividad en el género de la novela de ficción es de tal envergadura que, aunque uno quiera distanciarse de sí mismo y de su situación, es muy difícil desprenderse del natural acercamiento a la inmediata realidad del autor.
Allí en el texto, una vez finalizada su pormenorizada relectura, había una afinidad tan apreciable con mi estado actual de existencia, que diría que más que una novela imaginada, era una autobiografía. Es como si estuviera descubriendo por medio de un documento escrito lo que es mi presente, lo que va a ser mi futuro inmediato y lo que me deparará mi final.
Tal como mi amigo, August, emplea en alguna ocasión, perplejo, paralizado u horrorizado; el protagonista, el autor sin chispa creativa, es decir yo mismo, había conocido nuevas fuentes de información y de ilustración generadoras de nuevas historias. Había olvidado la presión y la frustración de su editor maldito, porque había canalizado su inopinado odio a este individuo. Se dejó llevar por la fuerza interior ancestral de la agresividad más salvaje, planificó meticulosamente y materializó puntualmente la extinción del citado agente perturbador. Detectada la causa de su bloqueo publicador, su inconsciente, de forma contundente y aberrante, diseñó y perpetró la inevitable eliminación de la fuente de insatisfacción.
Llevo cinco años confinado en esta prisión psiquiátrica de alta seguridad. Tengo que cumplir un total de 30 años. Mi facultativo me dice que tal como evoluciono quizás no llegue a cumplir ni los 10 años. Sé que me engaña, lo sé positivamente, pero yo sigo produciendo mis obras de ficción, o tal vez sean una mezcla de realidad e invención, o tal vez sea bestiales secuelas de mi otro yo violento que vuelve a planificar eliminaciones de quienes me hacen daño. No sé, estoy confuso, muy agobiado. Descansaré, de momento. Por cierto mi obra anterior batió registros de ventas, de eso es de lo que se trataba al fin y al cabo. ¿No es cierto querido editor?




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