martes, 18 de noviembre de 2008

Relatos Surrealistas: El manto de césped


Desde la oscuridad más absoluta, mi mirada, plena de admiración, se pierde en la cúpula celestial y plena de estrellas. Bien entrada la madrugada, todo es calma y plenitud. Mi postura, tendida en la fresca y mullida capa de césped, me aporta una comodidad considerable. Mas a pesar de este estado de relajación y lo avanzado del horario, en modo alguno he notado la aparición de síntomas de sueño. Sé que, en breve, debería de partir hacia el dormitorio, o eso era antes. Algo me impide abandonar mi posición de atento veedor. A esta inclinación por permanecer estático en mi privilegiado puesto de observador, no sólo ayuda la gran paz interior que siento, sino que, hay algo más, es como una invisible fuerza, que me convence para continuar, minuto a minuto, alimentándome del éxtasis contemplativo.
El alba ha hecho su aparición y continúo disfrutando de las primeras luces del nuevo día. Mi posición sigue siendo exactamente la misma. El rocío se desparrama por doquier y mi cuerpo se ve cubierto de la fresca sensación de sus múltiples gotas. Poco a poco el poderoso astro solar asciende y enciende, con su poder, el termómetro ambiental. Tras la desaparición del manto húmedo, la sensación de calor se hace patente. El recalentamiento de mi superficie se eleva por momentos. Continúo en el mismo lugar. Es cierto que no es gratificante mi actual estado, pero es imposible que pueda vencer este apego al caliente manto verde.
El sol luce, con toda crueldad, en pleno cenit. El calor ambiental es insoportable. Tras muchas horas de exposición a sus rayos, mi cuerpo arde inflamado. Tan solo deseo que su posición vaya cayendo y que, por lo menos, no me dé directamente. Sequedad absoluta, quemazón total, mi situación es extrema. La tarde llega y su fatigosa y pegajosa calor todo lo invade. No hay ni una sola parte de mi ser que no sienta dolor y ardor. Es un escozor irritante que me recorre por completo. A pesar de toda esta lastimosa situación, no he vuelto a intentar levantarme y tratar de marchar. Sé que es inútil.
Por fin escucho un ruido familiar. Son las pisadas de un ser en movimiento. Tras llegar a mi altura, el peludo cánido me olisquea y después de describir un par de círculos entorno mía, me lanza una desagradable y cálida micción, que además de acrecentar la sensación de dolor me asquea bastante, pues no me acostumbro a este tipo de residuos líquidos. ¡Uf, por fin, se aleja el pesado mamífero!, ¡Menos mal que no le ha dado por defecar! Con ayudas como ésta seguro que no podré salir de mi crítica situación.
De repente, una sombra circular se abate sobre mí. El peso de la misma abomba mi superficie y tras botar muchas veces, el balón de baloncesto me deforma mi cuerpo compacto y seco. Aún más, los pequeños pasos de varios niños se internan en mis dominios y no se conforman con pisar a fondo el manto verde. ¡No, faltaría más! Además arrastran una y otra vez mi fronda. Extraen los esquejes y mis raíces afloran y se desprenden. ¡Ah, qué dolor, qué pena me da mi imagen externa!
Por fin cae la tarde y el sofocante calor se atenúa. Observo a mi alrededor y tras analizar las calvas, levantamientos, sequedades, y por supuesto alguna que otra pieza orgánica depositada, espero con ansia el elemento vivificador. En efecto, con puntualidad exquisita, unos pivotes de color negro empiezan a esparcir el líquido refrescante pulverizado. La llegada de la nube de partículas de agua salvadora invade mi manto. Toda mi estructura se revitaliza y mis hojas reverdecen, mis raíces se resarcen de tanta abrasión.
Poco a poco la tarde-noche se avecina y un día más volveré a contemplar la cúpula celestial. El verano tiene estos contrastes, de noche una delicia, de día sufrimiento, pero en fin, son los típicos problemas de adaptación porque soy un césped muy joven. Tan solo llevo un año y medio plantado y todavía me cuesta acostumbrarme a estos inconvenientes. Con un poco de suerte, tengo por delante muchas estaciones para experimentar y aprender a ser un digno y coqueto manto de césped. Dada mi existencia inexperta, neófita en estas labores del Mundo Vegetal, todavía evoco ideas de cuando pertenecí al Mundo Animal.
Sí, sobre todo, cuando recuerdo que yo mismo fui el propietario de este chalet, de este campo, de estos riegos de aspersión, el mismo que sembró con cariño la simiente del césped que ahora me da cobijo y me presta una existencia diferente. Para retomar mi actual realidad, una vez más, debo atrapar aquella vivencia y detenerme en ella. Rememorar que por ingratitud humana, la que fue mi compañera se asoció a la más cruel perversión y acortó mis años de animal bípedo. A pesar de su criminal y desagradecido acto, ahora, ya no le guardo rencor, reconozco que no era, el mejor hombre, ni mucho menos. Por lo tanto, aunque no justifico su decisión de exterminar al que fue su esposo durante decenio y medio, sé que ahora, que sigue viviendo, en el que fue mi chalet, pero con su nuevo compañero. Que la veo pisar mi superficie y también, ¿Porqué no?, retozar con su amado entre mis finas hojas verdes. Que también la veo jugar con sus hijos. Inequívocamente, ahora es mucho más feliz, de lo que fue conmigo y la verdad le deseo todo lo mejor. Porque de una forma extraordinaria y, tal vez, extraña para vosotros, quiero y puedo sentir sus cuerpos, sus deseos y sus sentimientos y además desde mi actual configuración vegetal puedo llegar a ser más comprensivo de lo que en el Género Humano se suele dar.
Aquella tarde en la que ambos llevaron a cabo su sangriento plan de liberación para ellos y de eliminación para mí, el mejor lugar de ocultación de aquel molesto cuerpo sin vida no podría ser otro, que el recién sembrado jardín de césped. Hoy día os doy las gracias, porque de manera inesperada y fortuita, me habéis dado la oportunidad de conocer otro tipo de existencia. Es una vida distinta, dura como la de antes, con sus limitaciones como la anterior, pero eso sí, os lo aseguro, que no cambio por nada conocido del pasado. Y es que poder contemplar estas noches de verano con el cielo cuajado de estrellas es, ¡como lo podría exponer …!, No tengo palabras que lo puedan describir.

No hay comentarios: