miércoles, 19 de noviembre de 2008

Relatos Policíacos: El último recurso, Pedro Pi de Pedro, inspector gaditano.

Cuando la situación había llegado a ser insostenible, cuando nadie veía una posible solución inmediata; un hombre desconocido para todos, nos hizo recobrar la esperanza.
La ciudad de Cádiz amanecía con un cielo entoldado. Los primeros vehículos discurrían por las diferentes avenidas. De improviso, un coche patrulla de la policía, se abría camino entre el agolpamiento de personas. Al lado de unos contenedores de basura, el cadáver calcinado de una persona era contemplado por los curiosos.
- ¡Venga, vamos, que esto no es una feria! No hay nada bonito para la vista. Cada uno para su casa.
- Menos palabras y más eficacia.
- Éso, ¿Para qué sirven tantos agentes de policía? Que sepamos, ésta es la vigésima víctima de “el Incendiario”.
- Tranquilícense, hacemos lo que podemos.
Una vez más, las repetidas imágenes de reconocimiento, levantamiento del cadáver, y un sinfín de movimientos de vehículos policiales; se sucedían.
La opinión pública, la prensa, la televisión local, la radio,... En definitiva, la sociedad gaditana se sentía atemorizada por la despiadada intervención del psicópata asesino en serie, que había sido denominado con el apodo de “el Incendiario”. Este apelativo era una directa referencia a su reiterada obsesión por quemar a sus víctimas. Sin embargo, la crueldad y la bestialidad de sus actos, no se limitaban a este aberrante comportamiento. Con una premeditada planificación, el asesino múltiple, escogía a los futuros interfectos a los que incautos e indefensos, sometía, con carácter previo a su incineración, a un repetitivo ritual escalofriante y sanguinario.
Las investigaciones desarrolladas por la policía, habían sido, hasta el momento, completamente infructuosas. Gran parte de los detalles más morbosos, habían sido clasificados como reservados. De esta manera, ni siquiera la prensa había podido filtrar a la sociedad los temibles detalles de las actuaciones del asesino. Aparentemente, su modo de operación era el secuestro, retención y posterior incineración de los desdichados que caían en sus redes. El perfil reiterado en las víctimas era el que correspondía a mujer de raza blanca, de unos veinte años de edad y con características muy semejantes en su apariencia externa. Es decir: en cada uno de los veinte casos de luctuosos fallecimientos, la estatura de las finadas era casi idéntica, asimismo, color de pelo, ojos y piel; eran otros datos similares. Por lo tanto, el patrón fijo del psicópata, estaba muy definido: Mujer de pelo azabache y preferentemente corto, ojos castaños, estatura de 160 centímetros a 165 y piel morena. Tan sólo dos de las veinte víctimas llevaban el pelo largo (en origen), sin embargo, el homicida, con posterioridad a su vil y criminal comportamiento, procedió a recortar con meticulosidad el cabello de ambas.
En la comisaría central de la localidad, el comisario jefe, Héctor Bonifacio, estaba reunido con los agentes encargados del caso.
- Vamos a ver, esto se está poniendo insoportable. No saben la presión que estoy soportando. Esta misma mañana, me ha llamado el Subdelegado de Gobierno, la Alcaldesa, el mismo Presidente de la Junta y por si fuera poco, el Presidente del Gobierno de la Nación. Todos y cada uno, me han puesto las orejas calientes y no entienden que tras un mes de asesinatos, no hayamos capturado a esta rata de cloaca. Les he encargado el caso porque creía que eran los mejores. A ustedes tres, señores inspectores de policía, les he proporcionado dedicación exclusiva para este caso y además todos los medios disponibles. Pero, ¿Qué resultado han obtenido?
- Señor comisario, llevamos veinte días sin dormir apenas, comiendo mal, sin ver a nuestras respectivas familias, hemos hecho todo lo que hemos podido, pero este maldito criminal es muy escurridizo.
- Maravilloso, éso es lo que me van a presentar como pretexto, ¿Su trabajo?, ¿Su esfuerzo?, ¿Su dedicación absoluta?... Pues no es suficiente, porque en buenos profesionales, se infiere su entrega en casos de extrema gravedad. Necesito inspiración, lucidez, brillantez; necesito resultados, pero ahora mismo. Sí, no pongan caras de escepticismo, quiero confianza e ímpetu para resolver este tránsito tan espeluznante. Inspectores Ortiz, Blanco, y Piedecausa, ¿Están dispuestos a capturar a este demonio?
Los tres inspectores con facciones hieráticas, cansadas y ciertamente poco convencidas, no se atrevían a musitar palabra.
En ese momento suena el teléfono del comisario Héctor Bonifacio.
- He dicho que no se me moleste, ¿Acaso es complicado seguir esta sencilla orden?
- Lo siento mucho señor comisario, pero acaba de llegar un correo electrónico urgente. Viene del Ministerio del Interior, y dice así: “Dado los escasos resultados obtenidos hasta el día de la fecha, en la captura de “el Incendiario”, le ordeno que acoja en su grupo de investigación al famoso detective privado gaditano Pedro Pi de Pedro. Los emolumentos por sus servicios, ya han sido acordados por este Ministerio. A partir de este momento, tiene plenas atribuciones a la hora de la investigación. Espero y deseo la pronta resolución del caso. Firmado: Ángel Percebe”.
- Bien, a partir de hoy, tienen nuevo compañero y jefe de equipo, supongo que todos ustedes lo conocen, pues ha resuelto numerosos casos en toda la comarca gaditana. Sí, reconozco que es un hombre un tanto extraño y cuyas ocurrencias, aunque brillantes, suelen ser un tanto inverosímiles. Pero, órdenes son mandatos y yo los acato. Pueden volver a vuestras ocupaciones que son muchas y perentorias. ¿Alguna cuestión que aclarar? Adelante, inspector Blanco.
- ¿De verdad cree que con este tipo extravagante, vamos a resolver la situación?
En ese momento hace entrada en el despacho del comisario, Pedro Pi, el investigador citado. De manera inmediata responde al inspector Blanco.
- Es lógico pensar que con su obtusa mente vaya haciendo, cada vez más, gala a su apellido. Ya me entiende, mente blanca, mente plana.
- Yo me cago en todos sus ancestros, detective de feria.
- Inspector Blanco, queda usted relevado de la investigación por desacato a mi orden expresa. ¿Alguien más tiene algo que decir?
- Sí, por supuesto, el inspector Ortiz y yo, Piedecausa, también nos retiramos, no queremos trabajar con semejante pelele.
- Bien, sea como quieren, les aseguro que van a estar haciendo labores administrativas hasta que se jubilen. Esta ha sido vuestra última y deficiente investigación policial.
- Señor comisario, no hace falta que se ofusque por tan poca cosa. Acepto de buen grado que no deseen trabajar conmigo, éso me da exactamente igual, es decir, lo prefiero. No obstante, como lo que interesa es resolver cuanto antes este detestable caso, le solicito que el señor Piedecausa, actúe de colaborador mío.
- ¿Por qué yo?, ¿Acaso le gusto?
- Como hombre, en absoluto, tal vez vestido de mujer, quizás tuviera que pensarlo. Pero lo que más me gusta de usted es su apellido. Cada vez que tenga que llamarle, sentiré en mis propios oídos un grado de complacencia tal, que me ayudará a relajarme.
- Pedazo de mamón, le voy a partir la cara y le voy a propinar una atragantada que...
- ¡Piedecausa, cálmese! Que tan sólo ha comenzado conmigo. Además, piense que, tal vez, pueda resolver el caso en cuestión de horas.
Todos los allí congregados, incluido el comisario, comenzaron a reír de manera delirante, casi histérica. La ocurrencia chulesca de Pedro Pi, había servido de válvula de escape para tanta tensión acumulada.
- Sin embargo, Piedecausa, si en vez de horas, tardo días o quizás meses, ¿Qué será de su torpe mente?
Después de salir de la reunión, hablando los inspectores, una voz con sorna se hizo presente en la gran sala.
- Piedecausa, cuando su torpeza se lo permita, aterrice por la que ahora es mi mesa, es decir, la que antes era suya; y me informa acerca de unas cuestiones.
- Este tío me va a buscar la ruina, os aseguro que yo me voy para la trena pero me lo cargo antes, seguro.
En apenas media hora, el detective privado, se había empapado de todo el expediente. La capacidad de asimilación y de memorización había dejado asombrado a Piedecausa. Jamás, antes, había visto a nadie leer con tanta rapidez y capturar hasta los más mínimos detalles.
El detective Pedro Pi de Pedro, como primera intervención, se puso manos al ordenador. Tras conectarse a Internet, comenzó a efectuar búsquedas, la velocidad a la hora de consultar y pasar páginas webs, era vertiginosa. La boca de Piedecausa no dejaba de abrirse, estaba atónito viendo este aluvión de consultas.
- Pero, hombre, ¿Qué está haciendo?, ¿Acaso va a descubrir al asesino por la red?
- No, evidentemente, no. Pero no se imagina la cantidad de información que estoy recabando y que nos puede ser utilísima. Además podemos suministrar un buen señuelo para el psicópata.
- Lo que faltaba, el asesino es un adicto a Internet, claro, brillante deducción. Y ahora, el detective chulo, le pone una trampa y lo captura, magnífica película de las cuatro de la tarde.
- En efecto, Piedecausa, no me equivoqué al elegirle, usted utiliza su cerebro un uno por ciento más que sus compañeros, que por cierto no lo utilizan.
- ¡Pero, qué hace, pedazo de guarro, perdiendo el tiempo mirando páginas nada edificantes!
- Qué infantil es usted. Independientemente de que prefiero ver mil y una vez estos cuerpos vuluptuosos que su grasienta cara, no es momento de diversión, sino de productivo trabajo. Con el escáner, tras capturar esta misma foto, voy a perfilar la trampa para nuestro sangriento enemigo. Unos toques por aquí y otro por allá, amén de un texto seductor que dice así:
“Estoy deseando ser tu víctima número veintiuno. No sabes cómo gozaría muriendo entre tus manos. ¿Puedes resistirte a esta invitación, loquito mío?”.
¿Qué le parece? Ahora lo mando como mensaje prioritario a los cuatro vientos..., ¿A las cinco de la tarde en la Plaza de Mina?
- Valiente pijada, pérdida de tiempo y dispendio de dinero para el contribuyente, y ¿Quién hará de mujer a pleno sol en la Plaza de Mina?
- Piedecausa, ¿Por qué cree que le elegí a usted?, con esa carita de mujer camuflada que posee...
- Pedazo de maricón, ni lo sueñe.
- ¿Una llamadita a Bonifacio?, ¿Apetece?
Son las diecisiete horas. En un banco de la Plaza de Mina, a pesar de estar sentado a la sombra, el calor reinante es de tal intensidad, que las gotas de sudor van arrastrando el maquillaje de la faz del inspector Piedecausa. Con las piernas cruzadas y aguantando las coloreadas medias que lleva ceñidas, la sensación de calor y picazón en todos, absolutamente todos sus miembros, le llevan a maldecir entre dientes.
- Ese pedazo de sieso, me está haciendo pasar las penalidades más gordas: Vestido de mujer, con un calor de narices y encima me pica hasta el ombligo.
- Tranquilícese, Piedecausa, que ya queda poco. Le estoy observando y a través de nuestro intercomunicador estamos en contacto, le he escuchado sus increpaciones. Me gustan mucho, pero lo que más me gusta es su apariencia, verdaderamente está muy atractivo. No se mueva, atento que está al caer. Actúe con naturalidad.
- Eh, ya estoy aquí, me habías citado por Internet, y ¿En serio creías que te iba a fallar? Eres tal cual, mi preferida, morenita, ojos castaños, pelo negro y corto... Ahora, levántate que voy a comprobar tu estatura. ¡Uf, mides más de un metro y ochenta centímetros!, con eso no contaba.
- ¿Te doy miedo?, yo me adapto a cualquier tamaño, ¿Eh?
- Eres muy atrevida, y por lo tanto, merecerás mi recompensa.
En ese mismo instante, el presunto homicida, extrajo una daga de proporciones amplias y cuando se disponía a cortar el cuello de Piedecausa, recibió un impacto certero y fulminante en su glúteo derecho. El individuo cayó como un fardo al suelo. Instantes después, era apresado y tras las primeras pesquisas policiales, era identificado como el supuesto autor de los asesinatos. Una vez más, la sorpresiva brillante, rápida y eficaz diligencia del detective Pedro Pi de Pedro, había resuelto el caso del asesino conocido como “el Incendiario”. En cuestión de horas y a través de la tecnología informática, el sagaz detective, había tendido una trampa al enfermo asesino en serie. La foto y sobre todo el mensaje enviado a través de las autopistas de la información, había sido un reclamo fatal para el homicida. Todo había salido conforme a lo planeado por el detective. El dardo lanzado por el mismo a las traseras partes del brutal asesino, le había dejado dormido en el acto, puesto que había empleado un narcótico para felinos de gran tamaño.
Las felicitaciones, distinciones y premios, no se hicieron esperar. Sin embargo, en la rueda de prensa, el extravagante detective, comentó:
- Me encanta que mis planes salgan perfectos al cien por cien. La verdad es que están calculados para que su margen de error sea igual a cero. Eso es lo que más me hace disfrutar, lo demás, el dinero, los premios, los halagos..., eso también, pero en segundo plano. Para terminar, quiero darle las gracias al inspector Piedecausa, por su paciencia y sobre todo, porque estoy enamorado de su apariencia travestida.

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