viernes, 14 de noviembre de 2008

Policíacos: El inspector Tostarrosa


Los variados casos del inspector Tostarrosa

1º Caso: Una afortunada cabezadita

Me dolía la espalda bastante. Mis cincuenta años a cuestas y tanto tiempo sentado en el sillón del coche me pasaban factura en toda la musculatura y vértebras dorsales. Desde esta postura anquilosada, procedí a estirarme, todo lo que las dimensiones del interior del vehículo me posibilitaba. Después de estos mínimos ejercicios y de algún que otro bostezo, abrí la guantera y capturé una pastilla de paracetamol. La ingerí con el pequeño trago de agua restante y decidí esperar a que fueran las 7 horas. Confieso que después de una noche de vela, no eran los mejores momentos como para estar alerta. Como era previsible, en breves instantes me invadió un cierto sopor. La noche y la madrugada habían sido tediosas, ningún elemento digno de mención. Harto de oír la radio, harto de comer almendras y beber agua. Aguantando los dolores de espalda, con unas ganas de estirarme en la cama y dormir a pierna suelta. En fin, entre todas estas ideas repetitivas y el sopor, mi cabeza se escoró hacía el asiento del copiloto. Unos segundos después un ruido estrepitoso me sobrecogió. Centenares de pequeñas partículas cristalinas alcanzaron mi cuerpo y mi cara. Como si de una medida de autodefensa se tratara, encogí y estiré mis dos piernas hacía la ventanilla del conductor. Mis zapatos de gruesa goma de dibujo, del número 42 de talla, impactaron en el cuerpo de aquel individuo. El alarido que expulsó fue acreditativo de que mi acción le había minado sus ansias de triturarme. Rápidamente abrí la puerta de mi coche y me precipité encima del agresor. Con el peso de mis 80 kilos, más la doble coz que antes le había propinado, el encapuchado destrozador del cristal de mi ventanilla perdió el conocimiento. Jadeando aún, por el esfuerzo acumulado y todavía con las pulsaciones del corazón por las nubes, le descubrí el rostro y comprobé como mi actual cliente, D. Fausto, era la persona que había osado atacarme.
Me encontraba tranquilamente sentado en el ostentoso sillón del majestuoso salón de mi insospechado agresor. D. Fausto, estaba convenientemente atado de pies y manos, tendido en su confortable tresillo adamascado. Mientras esperaba que recobrara la conciencia, me deleitaba con un pelotazo de güisqui de marca sobresaliente, lo que a las 8 horas y 30 minutos me estaba cayendo en el estómago con una misma patada de mula. Más poco me importaba, todo fuera por hacerle gasto a mi ingrato contratante. Como el individuo perduraba en su sueño, me dirigí al frigorífico y allí capturé varios artículos de calidad suprema. Pasaron unos diez minutos y allí estaba yo, sentado enfrente del durmiente. Me encontraba muy entonado, pues los emparedados y el segundo vaso de güisqui me estaban dejando como nuevo. Al fin, tras unos balbuceos, mi compañero de conflicto recobró la conciencia:
- ¿Pero qué hago yo aquí y amarrado?.
- Tranquilo D. Fausto, yo se lo explico. En resumen, lo que ocurre es que usted venía de una fiestas de máscaras, pasaba por allí, con alguna resaca y claro como iba disfrazado de verdugo con porra incorporada, pues la emprendió, primero con el cristal de mi ventanilla y luego iba a por mí. Lástima que yo le despaché con un par de suelazos de mis zapatones y con el peso de mi experiencia. Eso fue lo que pasó en clave de humor, claro. Ahora dígame, el motivo de su actuación.
- Vamos a ver, esto es absurdo, suélteme, yo soy el pagador de sus servicios, le ordeno que me libere.
- Mire, usted será lo que quiera. Tendrá mucho dinero, pero eso no le da derecho a manejar a la gente y lo que es peor a intentar masacrarlas. No le voy a otorgar la libertad, así porque así, primero me va a contar todo con pelos y señales, después si lo que me cuenta me convence a lo mejor no lo denuncio. Evidentemente, tendrá que aflojar mucha pasta, más que nada para indemnizarme por los momentos tan delicados que ha pasado mi integridad física.
- Es usted un aprovechado y un cínico.
- Mire déjeme que me lo tome así, a título de esperpento. Prefiero ser lo que soy, un humilde detective, con las espaldas doloridas, a ser un criminal adinerado, como usted. Sí, porque estuvo a punto de conseguir dejarme en el sitio. Así que deje de pavonearse y de vacilar y cuéntemelo todo, porque le aseguro que se me están acabando las ganas de bromas y que me están entrando ganas de continuar pateando a cierto personaje.
- No, eso no, mire, yo le pagaré bien, pero déjeme libre. Ha sido un error, yo creía que usted era un detective del montón, un mero vigilante sin más preparación. Mi intención no era matarle, tan solo quería dejarle inconsciente, lo que pasa es que usted se dejó caer en el asiento de al lado, de manera inesperada y claro fallé. Con un solo golpe de mi cachiporra abría penetrado entre los cristales y le habría alcanzado en la cabeza, lo suficiente como para dejarle inconsciente.
- Sí, claro muy bien pensado. Lo que pasa es que a esa altura y en posición lateral, lo más probable es que además del estallido de cristales en toda la cara, que me podía haber afectado a mis ojos, además podía haberme alcanzado en alguna zona vital del cráneo. Todo muy controlado, pedazo de estúpido aficionado. Termine escoria de individuo.
- Sí, ya continúo, pero tranquilícese, no se altere, recuerde que le voy a indemnizar muy bien. En realidad yo le contraté para que me sirviera de coartada. Usted, estaba vigilando a Carola, mi amante, yo le había contado que presentía que ella me era infiel. Pero quería la confirmación inequívoca. En efecto, Carola mi amante, también me era infiel, pero eso ya no era noticia para mí, porque yo mismo lo había comprobado. Por lo tanto, lo que quería es darle una paliza a ella y a su amante. Esa misma noche, los estaba esperando en el apartamento que yo le había regalado a esta ingrata mujer pública. Me escondí en el amplísimo armario empotrado, que me había costado un riñón. Así cuando los dos se encontraban en plena faena amatoria, me deslicé sigilosamente y tras encañonarlos a ambos con mi pistola con silenciador, les flagelé con mi látigo de piel curtida, con denominación de origen. Tras hacerles visibles llagas en sus pechos, espaldas, nalgas y algún que otro recuerdo en sus zonas más nobles, decidí marcharme. Sí, con esta lección me era suficiente. Pero es que la gente no se conforma, les había regalado la posibilidad de vivir, pero el fulano, intentó agredirme por lo que le desparramé sus sesos por toda las sábanas. En cuanto a la perdida de Carola, pues nada, la muy estúpida, de la impresión sufrió un ataque fulminante al corazón y la palmó. En fin, dos cerdos menos para alimentar en esta sociedad plena de mediocridad y de necios subvencionados. Por eso, quería colgarle el marrón a alguien. Quién mejor que un detective muerto de hambre como usted. Pero no, la noche no pudo completarse. No sé por qué, pero en el último segundo se desplazó lo justo para que no le pudiera atizar convenientemente. Si lo llego a conseguir, una vez dormido, lo hubiera llevado a la escena del crimen, lo dejo allí, lo empapo de sangre, le dejo el arma en su mano, aviso a la policía y hala a pringar, qué le parece detective con suerte, qué le parece de lo que se ha librado. Ahora la cosa ha variado, déjeme libre, no llame a la policía y tendrá una cuenta de tantos ceros, que jamás volverá a trabajar.
- Impresionante, oiga, digno de una película americana. Así que una vez más los celos, los amores traicionados, la infidelidad, el dinero malgastado. En fin, casi siempre mis casos están envueltos en estos menesteres, por lo tanto no me puedo sorprender en absoluto. Sin embargo, señor con nombre pomposo y dramático, su historia no ha sido tocada de la debida suerte. Por una parte, si damos por veraz que se ha cargado de una tacada a sus enemigos naturales. El invitado propiciatorio, es decir yo, gracias al sueño acumulado y a una pequeña cabezadita, me he salvado de la quema. Bueno, ya sabe, son cosas del azar. No me toca la lotería, pero hoy, me ha llegado una prórroga vital. Mire, le tengo que comunicar, que a mis 50 años, estoy curado de espanto. Fui policía, durante 20 años, no llegué a ser una celebridad, pero resolví más de una treintena de casos. Hace unos 5 años, por un conflicto con mis superiores me despedí, sí, la verdad es que mi pronto me ha jugado malas pasadas. Por lo tanto, se equivocó de persona, escogió a un perro viejo, con cierta suerte. Le diré lo que vamos a hacer ahora mismo. Voy a llamar a un amigo mío. Por supuesto policía. Él hará alguna investigación de carácter semioficial, si se confirma su hazaña, le entregaré a la policía. Qué le parece mafioso de pacotilla.
- Es usted un perdedor y un estúpido, le puedo llenar de dinero. Aproveche su oportunidad. Mire, tengo posibilidad de rodearme de los mejores abogados, alegarán las mil y una atenuantes, incluido el típico auxilio de la enajenación mental transitoria. Así, que estaré muy pronto fuera. ¿Qué habrá conseguido, imbécil? .
- Sí, ya conozco la historia de los tipos como usted, que por su posición y dinero, tienen acceso a unos beneficios judiciales que la mayoría de los mortales no disfrutan. Sin embargo, no olvide lo que le voy a decir, antes de que le llegue la libertad con o sin fianza, en el tiempo que oscila desde su primer confinamiento, hasta que la investigación y redacción del informe policial finalice, en ese período más o menos largo, ¡quizás algún reo indeseable pueda sugerirle, imponerle, violentarle, ya me entiende, no!. Sabe que quizás, le pueda quedar grabado un recuerdo muy ingrato para el resto de su asquerosa y adinerada vida corrupta. En cuanto a lo que me debe, le pasaré una minuta por el servicio prestado, los daños de mi vehículo y un plus por peligrosidad. Un precio muy benigno para su intento de abuso, 5.000 euros, IVA incluido.
Efectué la llamada a mi amigo Freddy y me confirmó el hallazgo de la empleada del hogar de los cuerpos muertos. Le relaté los hechos y le facilité la dirección del presunto criminal. Una vez entregado el reo, acabo de elaborar el informe de colaboración para la policía. Espero que sea suficiente y no tenga que ir a la comisaría, no me apetece encontrarme con el comisario Vento, ese prepotente personaje de infausto recuerdo para mí.
Deambulo por la calle, en dirección a mi casa. Estoy molido y bostezo con frecuencia. En mi bolsillo poseo, las 5.000 euros de mi último caso. Tengo la boca seca y me saco un cuerpo extraño de la misma. ¿Qué es esto?. Bah, un resto de las partículas del cristal de mi ventanilla.

2º Caso : Verónica, una constante fuente de sorpresas

Mi economía no estaba muy saneada que digamos. No disponía de liquidez, ni a corto, ni a medio plazo. Por lo tanto necesitaba de un nuevo caso que me ayudara a salir a flote. Durante las últimas dos semanas había tenido tiempo, más que suficiente, para ordenar toda mi mesa de los muchos papeles que se entremezclaban sin orden alguno. Asimismo pude hacer un estudio riguroso de carácter contable. Como dato positivo, tenía al día los pagos de alquiler de la oficina, la luz, el teléfono, etcétera. Como referencia decadente que invitaba a llorar, que la cantidad que restaba en la cuenta corriente era tan escasa que omitiré reseñarla por el sonrojo que me produciría citarla.
Sin embargo, la experiencia y algún instinto desarrollado, me hacían predecir que muy pronto tendría un nuevo caso que investigar. En efecto, esta vez, hasta yo mismo me vi sorprendido porque lo esperaba pero no tan repentinamente. Así fue, el respingo que tuve que realizar aupándome del sillón, fue de tal consideración que la clienta al entrar no pudo o no quiso evitar una amplia risa:
- Perdone, señor D. Edelmiro Tostarrosa, no he podido disimular y me he tenido que reír, pues me parece que le ha sorprendido mi relampagueante entrada. Le reitero mil disculpas, pero es que cuando suceden estas pequeñas anécdotas uno no puede resistirse a la inmediata liberación del instinto primario de la risa.
- No se preocupe, señora, mi sentido del ridículo lo tengo muy disciplinado. Confieso que su fulgurante e inesperada entrada, me provocó una cierta inquietud y lo más inmediato fue un ejercicio rápido de estado de alerta. Además, que quiere que le diga, si una hermosa mujer, como usted es, además de su escultural presencia corporal, la realza con una bellísima risa, a un humano, como yo, pasmado ante la contemplación de tanta riqueza, solo puede callar y admirar atónito.
- Qué barbaridad caballero, muchas gracias por sus loas, son excesivas. Desconocía, D. Edelmiro, que además de detective era todo un poeta.
- Le puedo asegurar que me ha salido de lo más profundo de mi ser. Esta faceta es novedosa para mí, no suelo componer ni oral ni epistolarmente, este género. Pero es que ha sido tan apabullante su estímulo, que me ha provocado la emisión de este justísimo reconocimiento. No obstante, para que vea que también soy bastante crítico y realista, no insista en apelarme por el nombre de pila. Sí, sé que así me llamo, lo llevo con resignación desde mi tierna infancia, pero por favor no incida usted en la práctica reiterada de su uso, porque presiento que ni los efectos que su belleza dimana, podrían evitar que mi devoción por su persona se difuminara paulatinamente, cuanto más hiciera uso de esta ingrata nominación, que en mala hora mi padre tuvo la ocurrencia.
- Sea como quiere, Sr. Tostarrosa. Aunque conste, que su apellido también me induce a pensar, con perdón, en un famoso modelo de una conocida escudería de vehículos a todo lujo.
- Bueno, bueno, mientras sea eso, pues bienvenido sea, al fin y al cabo así podré alardear de algo, aunque sea ficticiamente. Lamentablemente contrastará con mi turismo actual, un Renault 5, de tan solo 14 años de vigencia. Bueno, después de esta distendida conversación introductoria muy jocosa, pasemos a la cruda realidad de las labores propias de nuestro trabajo, cuénteme por favor.
- De acuerdo, mi nombre es Verónica Pérez, sí, lamento no tener un apellido más relumbrante, pero este es por cierto. La razón por la que deseo contratar sus servicios es la siguiente, en un inmueble de mi propiedad estoy siendo, sistemáticamente atracada. Sí, en principio no son robos de entidad, pero sí varios. Mi casa en el campo se encuentra ubicado en un terreno de más de 10 hectáreas. Su perímetro se encuentra perfectamente vallado, electrificado y periódicamente vigilado. El personal que me asiste se compone de una cocinera y un pinche, 3 chicas de servicio, un ama de llaves, un empleado de mantenimiento, un jardinero, un chófer, un servicio de vigilancia contratado durante las 24 horas. Como puede comprender mi estado de incertidumbre es grande, no sé si es alguien del personal a mi cargo, si es alguien que tiene libre acceso a mi casa desde la impunidad de la confianza, no sé que pensar. Me siento muy inquieta y nerviosa. Un amigo de un amigo, me recomendó a usted por su valía y discreción. Su valedor es un policía amigo suyo, un tal Freddy.
- Perfectamente descrito Sra. Verónica, mire, tal como me lo plantea no hay más remedio que investigar a fondo. Pueden ser varios los sospechosos y ciertamente comprendo su estado de ánimo. Mire, le propongo instalarme en su casa de campo, en calidad de invitado, o sea de incógnito, durante un tiempo prudencial, no más de una semana. Así le serviría de vigilante y también tendría tiempo para estudiar los acontecimientos. ¿Qué le parece?.
- Me parece perfecto, es usted un lince en esta materia. Le presentaré como un antiguo amigo de la familia. No se preocupe por nada, todos los gastos de manutención corren de mi cuenta. En cuento a la minuta usted me dirá.
- Pues me voy a dar de plazo máximo una semana. Teniendo en cuenta que voy a prestarle dedicación exclusiva e intensiva, ¿Qué le parece unas 18.000 euros por semana de trabajo?.
- Considero que son unos honorarios bajos. Afortunadamente, soy una rica heredera y no escatimo el dinero con quien me acredita unos servicios valiosos. Por cuanto a la feliz finalización de sus pesquisas será debidamente recompensado. ¿Está de acuerdo detective Tostarrosa?.
- Señora, si usted lo cree conveniente, será de bien recibido. Por cierto, tendremos que tutearnos para que la situación sea más creíble. Le parece bien.
- Correcto. Le espero esta misma tarde. Mi chófer privado le pasará a recoger a las 17 horas en estas mismas oficinas.
- Muy bien, nos veremos esta tarde, gracias.
- Por cierto Edel, aquí tiene sus honorarios por anticipado de la primera semana. ¿Le gusta el apelativo?.
- Verónica, que gusto ha tenido a la hora de componer la abreviatura de mi nombre. Si se me hubiera ocurrido antes, cuantas bromas y risas habría evitado. En cuanto a este adelanto, no era necesario que por anticipado me diera la totalidad de la semana, pero en fin, no me atrevo a discutirle nada, pues nobleza obliga.
Pues, sí, mi sexto sentido me había avisado que hoy iba a tener buenas noticias. Pero jamás había podido esperar que se encadenasen tantas buenas sensaciones. Primero, la actualización de mis finanzas. Segundo, una previsión de una semana en un pedazo de casa de campo. Tercero, una mujer de bandera, pero en este caso con más estrellas que la de los Estados Unidos. Cuarto, un nuevo caso, muy apetitoso e impredecible.
- ¡Ojalá todas las mañanas fueran igual que esta!.
Tan puntual como un reloj suizo, el chófer de mi cliente y anfitriona me vino a recoger a las cinco en punto. Con una bolsa de viaje en la mano, saludé al empleado. Me recogió el liviano equipaje con una mano, mientras con la otra me abría la puerta trasera derecha. Jamás, antes, había podido disfrutar de un coche, con un habitáculo tan lujoso y espacioso como el de este vehículo de alto postín. La decoración de madera noble, el cuero de los sillones, su ergonomía envolvente, sus dimensiones. En fin, un coche de película. Me dispuse a disfrutar del corto viaje. Pegado al respaldo del conductor un mueble consola de varias puertas se me ofrecía a la vista. Descorrí la más cercana a mi posición, y apareció un monitor de 17 pulgadas. A mi derecha, en el reposabrazos de cuero, un mando a distancia me posibilitó el encendido de televisor y la selección de la cadena deseada. En el siguiente compartimento, un minibar con un surtido de las mejores bebidas. A su izquierda un compartimento frigorífico, con opción a cubitos de hielo. Extraje un vaso, dos cubitos, más una buena dosis de güisqui de una marca, que para qué voy a citar, porque su nombre ya cuesta dinero pronunciarlo. En efecto, no podía, no quería renunciar a ninguna de las comodidades que se ofrecía. Haría mi trabajo con profesionalidad, pero evidentemente, no desaprovecharía una ocasión, única, de disfrutar de estos placeres que se me ofrecían. Estaba tan desacostumbrado a este nivel de vida, que estaba dispuesto a empaparme, convenientemente, de sus beneficios. Entre el copazo, el confort del sillón, el aire acondicionado, la visión de la película, todos eran elementos que me hacían gozar sobremanera. Era como un nuevo rico que nadaba en la abundancia. El viaje se me hizo tan liviano y cómodo, que si no llega a ser porque el disciplinado, atento y pulcro conductor me abrió la puerta y me avisó de la llegada a la hacienda, aún estaría allí, bebiendo y dormitando. Quizás algún día, me pueda permitir el dislate de poseer un carro de estas características, supongo que será cuando pueda resolver un caso, tan importante, que el mundo caiga a mis pies y sea materialmente y urgentemente requerido por todos para que les resuelva los problemas más difíciles.
La fachada de aquella gran construcción se asemejaba bastante, a una gran casa de estilo colonial. Su blanco porche porticado delantero, que franqueaba toda la extensión de su alzada. La altura de las columnas circulares de estilo dórico, los dos pisos o niveles de que constaba la edificación, las cuatro buhardillas se elevaban sobre el negro manto del tejado de pizarra, le daban un aspecto majestuoso e imponente, más propio de una mansión de película norteamericana.
El ama de llaves, me recibió de manera ceremonial y me comunicó que Dª Verónica, me esperaba en el solarium anexo a la piscina climatizada. Antes de dirigirme hacia mi anfitriona, una chica del servicio me acompañó hasta mi dormitorio. Una vez dentro de aquella espaciosa, lujosa y cómoda habitación, no pude reprimirme y me precipité de cabeza en aquella amplia y confortable cama de dos metros de ancho, era una auténtica gozada. Como también lo eran el magnífico cuarto de baño de mármol rosado, o las vistas de aquel gran ventanal que ofrecía la magnitud de la propiedad de Dª Verónica. Los tenues rayos solares en su caída, otorgaban a la estancia un calor y color muy gratos. Me encontraba tan bien, que de buena gana me hubiera quedado allí, contemplando el inmaculado techo de mi dormitorio y los caprichosos dibujos que el sol componía con sus reflejos. Sin embargo, me levanté raudo y me dio por mirar la otra puerta contigua a la del cuarto de baño, allí, ante mí se abrió la oferta desmesurada de una habitación, que a modo de armario de prendas de vestir se me ofrecía a mi alcance. Jamás había visto, tantos trajes de chaqueta, camisas, corbatas, zapatos, zapatillas, un ajuar completo para toda la vida. Atónito ante semejante exposición, capturé un bañador de la prestigiosa marca del reptil anfibio, me puse un blusón sedoso y unas cómodas playeras. En el amplio pasillo de la mansión, bastante desorientado, me dispuse a buscar a alguien del servicio que me guiase. Tan solo unos segundos y la eficiente ama de llaves me condujo, a la estancia de mi cliente. Tras un primer vistazo, no pude localizar a Dª Verónica. La sala era tan amplia que albergaba, además de la magnífica piscina de 25 metros, toda una serie de aparatos de gimnasia, cabaña de sauna finlandesa y la amplia cristalera a modo de solarium. El silencio era total en la estancia, tan solo un lejano burbujeo regular se hacía notar, sin duda la fuente renovadora del caudal del agua de la piscina se hacía notar. Con cierta avidez, lancé al aire el apelativo de la afortunada propietaria de aquel palacete. No tuve ninguna respuesta. Ciertamente incomodado al encontrarme en un lugar tan amplio y desconocido para mí. La tarde primaveral todavía repartía sus últimos y tenues rayos de luz, que se colaban a través de la preciosa vidriera central de la parte superior de un lateral de la estancia. El colorido reflejado en la superficie de las aguas límpidas de la piscina, hacía evocar un ambiente muy íntimo. Me apetecía ver de nuevo a Verónica, sin duda, su monumental cuerpo en bañador tenía que ser embriagador.
En efecto, tal como estaba deseando y pensando, allí, intuía su sugestiva presencia. Permanecía en el fondo de la pileta. Sin pensarlo ni un segundo más me lancé al agua y me sumergí rápidamente. Buceé con destreza y cuando me acerqué a ella la tomé en mis brazos, su cuerpo no se apreciaba ninguna actividad, por lo que me temía que se había producido un fatal desenlace. Le volteé la cabeza y tras unos segundos de incertidumbre. Su cuerpo, antes laxo, se deslizó entre mis manos, al mismo tiempo que su cara esbozaba una sonrisa de complicidad tan abierta, que pude comprobar que entre sus labios se escapaban las burbujas del oxígeno que aún contenía su última inspiración. El ascenso a la superficie fue vertiginoso por ambas partes. Jadeantes e intentando recuperar el nivel óptimo de oxigenación. Le inquirí de manera cortante.
- ¿Es usted aficionada a los juegos de vida y muerte y los demás somos sus marionetas?.
- Por favor, Edel, no se ponga así, deje que le explique. Todo ha sido una lamentable coincidencia, en la que te has visto implicado sin saberlo. Cada día, en mi piscina, practico la inmersión submarina y abundo en la resistencia bajo el agua a pulmón libre. Es una afición muy particular que llevo ejerciendo desde que me quedé viuda, hace ya cuatro años. Todo comenzó accidentalmente, más tarde fui avanzando y progresando, hasta el día de hoy en que puedo aguantar más de 75 segundos bajo el agua. Le presento excusas si le he causado cierta inquietud.
- Mire, la verdad me ha angustiado bastante, llegué a creer que usted se había ahogado. En fin, comprendo que cada cual tiene derecho a elegir sus diversiones. No necesita, hacer ninguna matización más, si le parece podemos hablar de nuestro asunto.
Así fue, tras secarnos y tomarnos un café. Comenzamos a departir de una amena charla:
- En efecto, mi estimado Edel, soy una rica viuda. Mi marido, un multimillonario con una cartera de negocios amplia y rentable, murió de un ataque fulminante al corazón. A pesar del tiempo transcurrido, aún no he podido rehacer mi vida. Además de perder a un marido enamorado y ejemplar, que me dejó una vasta fortuna, me quedé huérfana del mejor de los amigos. A menudo rememoro en mi interior los momentos culminantes que ambos vivimos. Así, vivo el día a día. Los negocios de mi marido se traspasaron todos a una fundación privada, en la que los distintos vocales, además de velar por su vigencia, dedicaban un 20 por ciento de sus beneficios a obras de beneficencia. Esta fue una disposición que mi marido dejó en el acta testamentaria, a la que yo me adherí plenamente. No suelo salir mucho, no soy amiga de fiestas. Viajo esporádicamente. Aquí en esta propiedad, poseo todo cuanto quiero, tengo la inmensa suerte de tener la vegetación de los árboles y jardines a mi alcance, de los perros y caballos que me gustan. Qué más puedo pedir. No necesito nada más. Con estos antecedentes desconozco quién puede ser mi enemigo.
- No se preocupe, para solucionar esta incógnita me ha contratado. Mañana, a primera hora, daré una vuelta por los contornos. Además iré intimando con el personal del servicio, quiero buscar pistas, para saber hacia dónde tengo que centrarme.
- Tras una espléndida cena, un sueño reparador, a la mañana siguiente comencé mis pesquisas. Estuve hablando distendidamente con el personal del servicio. Se notaba que eran buenos profesionales, bien seleccionados y debidamente aleccionados para el cumplimiento de sus obligaciones. Me jacto de ser un buen comunicador y estimulador de las conversaciones ajenas, sin embargo, en ningún caso me fue posible extraer información destacable. Había cubierto la mañana al completo, visitando la impresionante y extensa hacienda, todo había sido correcto. La vigilancia contratada, en forma de patrulla, estaba permanentemente ejerciendo su vigilancia. La cerca limítrofe de la finca, de unos 3 metros de altura, perfectamente asegurada y perfilada en su máxima altura de un alambre de espino, se la veía suficientemente robusta. Los dos coches patrullas, tenían una estrecha vigilancia las 24 horas, divididos en tres turnos. Descartado por lo tanto, en un 100 por ciento de los casos que el ladrón tuviera una procedencia externa. El circuito cerrado de televisión en todo el cercado, no había dado ninguna anomalía. En el interior, sabido era que estaba vedado, exclusivamente para los habitantes de la casa. Por consiguiente, entre ellos, estaba el delincuente.
En horas vespertinas, aprovechando la ausencia de miradas delatoras, opté por poner a buen recaudo un hermoso reloj de época, de estilo barroco. Su talla y antigüedad le otorgaban un valor considerable. Lo trasladé a mi dormitorio, con sumo disimulo y lo escondí convenientemente.
A la hora de la cena, mi anfitriona, a la que no había podido ver en todo el día, dadas mis ocupaciones de reconocimiento. Sacó a colación la cuestión:
- Edel, hoy se ha cometido otro robo. Ahora ha sido un reloj, regalo de mi marido. Le tenía mucho aprecio por este motivo. Además su valor era altísimo.
- Lo siento de veras, acabo de llegar y he estado investigando los alrededores. Es un asunto complejo, pero sin embargo, tengo que decirle que el autor de este robo es una persona vinculada a esta casa. Alguien que con la suficiente garantía y confianza, deambula a sus anchas. Las primeras pesquisas en los interrogatorios, han resultado vanas, sus empleados son buenos profesionales, que invierten su tiempo en ejecutar sus trabajos. No exponen quejas contra usted, ni siquiera entre ellos mismos. No es prematura esta afirmación, pues en mis muchos años de policía y detective, lo que mejor se me daba era abrirme a la gente para que ésta se sincerara. Sin embargo, o mucho me equivoco o el presunto ladrón, no tiene este móvil como principal objetivo. Creo que este elemento del robo, es, meramente, una tapadera o una llamada de atención para otras intenciones, que por supuesto desconozco. En principio no puedo descartar a nadie del servicio, pero mi instinto me dice que si alguno está implicado, su actuación es indirecta y desapercibida. Bien, el día ha sido muy intenso, su vasta propiedad y su numeroso personal de servicio me han gastado mis baterías energéticas. Necesito un buen sueño reparador. Buenas noches.
El silencio era total en el interior de la mansión. Confieso que tenía previsto levantarme a media madrugada, pero o me estaba haciendo viejo a marchas forzadas o alguien me había dado un somnífero en el vaso de leche. Sin embargo, el presunto ladrón, ahora constituido en un auténtico protagonista de la invisibilidad, no se hizo esperar. No había lugar a dudas, mi postración era artificial, porque mi cabeza quería sobreponerse y levantarse, no estaba totalmente alerta, pero sí podía ver entre tinieblas lo que pasaba. La oscuridad era absoluta y presentía como la figura se desplazaba muy rápidamente. Se dirigió a mi cama salvando obstáculos, tan sólo la zapatilla de deportes que me había quitado de forma anárquica le sirvió de traba para que se precipitara encima de mi cama. Dejé que creyera que continuaba profundamente dormido y esperé acontecimientos. Lo que a continuación vino, no podía imaginármelo ni por asomo. La clandestina figura, ladrón infiltrado, se había propuesto ayuntar conmigo. Eso sí bajo una supuesta indefensión e incapacidad para recordar por mi parte. Sea como fuere, allí estaba yo, cabalgando con mi ladrona particular. En efecto, desde el primer momento llevó la iniciativa, porque no se podría entender de otra forma dada la supuesta inconsciencia de mi parte. Confieso que me plació bastante. Y a ella mucho más pues, en ningún momento se privó de exteriorizarlo convenientemente. Una vez terminado su proceso de seducción y teórica violación. Se irguió y sin quitarse el pasamontañas que llevaba puesto, colocó un sobre en la almohada. No moví un músculo mientras duró la operación catarsis sexual, bajo el imperio de la clandestinidad. Bueno algún que otro miembro si se enderezó más de la cuenta, pero comprenderán que es fuerza mayor para este tipo de asuntos.
A la mañana siguiente, ya tenía resuelto el caso. Me dirigí a mi anfitriona y le comenté la feliz noticia:
- Pues sí, he resuelto el caso, conozco al autor del mismo. Prefiere que se lo comente a usted en solitario o tal vez a todo el personal.
- ¡Sabía que era un miembro de mi personal...! No, prefiero que lo comunique a todos al mismo tiempo, que sirva de escarmiento para todos. ¡Han quebrado mi confianza!. Yo siempre les he querido y tratado como si fueran de la familia. Su respuesta ha sido desleal. Tenía la esperanza de que fuera alguien extraño, fuera de mi inmediato círculo de colaboradores. En fin, la vida te da estas sorpresas. Primero fueron unos pequeños hurtos, pero lo último fue el valioso reloj, ¡no sé qué pensar!. ¡Vamos abajo, convocaré a todos!
Allí estaba congregado todo el personal, servicio de cocina, jardineros, doméstico, ama de llaves, vigilancia, chófer, todos alrededor de la gran mesa del salón.
- Bien, estamos todos y tal como ha sido decisión de vuestra señora, voy a comunicar e identificar el autor de estos pequeños hurtos y toda la serie de libre actuaciones por toda la casa a horas intempestivas. Se trataba de hechos esporádicos y de escaso montante económico, pero que ponían en duda la seguridad de personas y bienes de la propietaria y un estado de inquietud ante qué podía suceder en la próxima ocasión. Por lo tanto, Dª Verónica contrató mis servicios, soy el detective privado Tostarrosa. Los hechos son los siguientes:
- En cuanto al robo del reloj de consola, recuerdo de su esposo, le comunico que puede contemplarlo de nuevo con todo su esplendor en su lugar habitual de exposición. Lo acabo de poner yo mismo hace unos segundos. En efecto, yo fui el autor de la sustracción, porque necesitaba excitar e incitar al caco que actuaba de incógnito. Este plan dio sus frutos porque ahora mismo puedo confirmar que el autor, mejor dicho autora, de todos estos pequeños hurtos es: Dª Verónica.
- ¡Ja, ja, qué me dice usted, inspector Tostarrosa, le creía más inteligente!, ¿Esa es la resolución de un sencillo caso de un ladrón de poca monta?. Desde luego, voy de fiasco en fiasco, creí que iba a imputar a alguien de mi servicio y me responsabiliza a mí, personalmente. ¡Pero vamos, esto es increíble!. Le he pagado muy bien sus decadentes servicios y esta es su paga, abochornarme delante de mi personal.
- Bien, señora Verónica, no se me espante usted, déjeme terminar mi exposición y si después de oída la misma no la acepta, pues me retractaré de todo y no cobraré ni la más mínima paga de mis honorarios.
- En primer lugar, desde el primer momento descarté la irrupción externa de ladrones, no habían rastros que lo confirmasen.
- Estaba claro que era alguien de dentro. ¿Pero quién?.
- Me entrevisté con todo el personal, que puedo catalogar de profesional y agradecido a su patrona. No podía asegurarlo pero descartaba su participación, ni siquiera como colaboradores indirectos del supuesto caco que accedía desde fuera en connivencia con personas de la casa.
- Tan solo quedaban dos posibilidades, o bien era un amigo de confianza de la señora o bien era la misma señora. Eso era así de claro. Mi experiencia de años y mi instinto no se decantaba de manera efectiva. Pero anoche mismo se despejaron mis dudas. Veamos, del personal masculino, ¿ cuántos tienen o han tenido últimamente, bloqueo cerebral, mareos y trastornos de memoria?.
Los cinco citados, tras unos segundos de dudas, confirmaron estos malestares.
- ¿Pero bueno, qué pretende usted Sr. Tostarrosa, acaso ha perdido la razón, qué tiene que ver esto con el caso?
- Señora, voy a conectar mis argumentos. En la noche de ayer, en el vaso de leche que tomé poco antes de irme a la cama, me suministraron un específico farmacológico, muy probablemente tylanilodón. Este preparado es un inductor del sueño, pero que en absoluto deja disminuido el proceso circulatorio de las extremidades. Es decir ralentiza el proceso cerebral, pero no inutiliza la actividad muscular y por supuesto la líbido. Al contrario la excitación sexual tiene una ampliación sostenida. Me explicaré, es una droga que combinada con bromuro, en su justa medida, sirve de tratamiento sintomático de personas con problemas síquicos graves. Conozco este elemento químico, porque lo he consumido abundantemente, para tratar alguna depresión, creo que superada.
- Casualidades de la vida, el consumo de esta droga me habituó e hizo que anoche no perdiese el conocimiento por completo. Al contrario pude disfrutar de una noche completa y satisfactoria de sexo, eso sí siendo un mero actor pasivo y sometido. En este caso, para desgracia de la autora de esta violación consentida, para nada agresiva y lesiva, pude confirmar que aunque era usted.
- ¡Que fantasía tiene usted¡, desde luego no está recuperado de su proceso de degeneración mental.¿Cómo es posible que viese usted el rostro de la interesada, en la oscuridad y además oculto?
- Estimada Dª Verónica, lo siento, has caído en mi pequeña estratagema, yo no he contado que la mujer avasalladora tuviera oculto su rostro. Usted sí lo sabía, lógico, porque participó allí mismo y disfrutó conmigo, al igual que con sus empleados, bajo el poder que le da el hacer el amor con alguien que no puede conocer su identidad. Quizás, es una forma muy atípica de promiscuidad, usted asegura sus fantasías. Elige a sus víctimas, las narcotiza, las posee, desborda su sexualidad y en la más pura impunidad se retira hasta la próxima actuación. En verdad todo este proceso le había resultado tan gratificante, que una vez repetidas en varias ocasiones, con el chófer, el jardinero, el vigilante, los empleados de mantenimiento, le iba perdiendo intriga, pasión, suspense, así que decidió inventarse unos hurtos de poca entidad y una historia un tanto surrealista, para que algún torpe y lento detective claudicara y sirviera de estímulo y reto a sus particulares fantasías sexuales de mujer adinerada y desahogada que tiene que buscar en qué distraerse. En cuanto a la carta, no se tomó demasiado trabajo en combinar los recortes de prensa, casi todo eran de revistas del corazón, curiosamente de aquellas que usted suele leer, el tipo de letra y la calidad del papel lo delata. ¡ Y ahora si no lo reconoce, le diré que me da igual, yo he disfrutado como nunca, he comido, bebido, dormido, ayuntado carnalmente, qué más puedo pedir!. Creo que he cumplido con mi misión. Recuerde que usted ha sido la que ha querido que todo salga a la luz en presencia de su servicio. No obstante, creo que les debe a todos, y en especial a los varones una oportuna explicación.
- Hum, qué puedo decir, me has resultado Edel, un detective de toda una pieza. Lo reconozco, aquí tienes el resto de tu merecido salario. Gracias por todo y perdona por haber abusado de ti. En cuanto a los demás os pido excusas y os recompensaré en la medida que me solicitéis.
- No te preocupes, Verónica, para mí ha sido todo un placer estar a tu servicio. ¡Ojalá todos los casos fueran de la misma índole que este que toca a su fin!.
Recogí mis pertenencias y me despedí amablemente de todos, el clima era muy tranquilo, me imagino que este grupo de personas tal vez habían pactado que una relación en plan comuna podía ser una buena idea para organizar su particular sexualidad.

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